Cap.- 3 Dispersión judía y expansión cristiana
Algunas colonias Judías contaron con una organización jurídica peculiar como políteuma, sin integración en la pólis griega. Es el caso de Alejandría, el foco más activo de la diáspora judía. No faltaron tensiones, que se acentuaron con violencia en el s. I, entre la población judía y la de origen o cultura griega, como las que tuvieron lugar bajo el gobernador Flaco, en tiempos de Calígula, y a raíz de la primera guerra judía. El políteuma judío alejandrino quedó aniquilado por su sublevación en tiempos de Trajano. También tuvo importancia numérica, social e intelectual el políteuma judío de Cirenaica (donde al concluir la primera guerra judía hubo un intento de sublevación zelota), que participó en la gran rebelión bajo Trajano.
En Roma mismo la colonia judía había engrosado repetidas veces por la llegada de cautivos judíos. Aunque contó con el apoyo de César, reiteradas turbulencias le acarrearon medidas represivas. Entre otras la de Claudio para acabar con los tumultos impulsore Chresto (¿a.49?). Cuando san Pablo escribe Rom (¿a58?) ya había en la ciudad un comunidad cristiana notable,
En ciudades de Grecia había también asentamientos judíos, que sirvieron de anclaje a la misión paulina. Corinto fue la primera de sus bases misioneras. Pablo era un judío de Tarso de Cilicia. En su viaje con Bernabé, ya predicó a judíos en diversas regiones de Asia Menor. Hizo de Éfeso su base en su segundo viaje como líder de la misión.
Los judíos de Siria se mantenían en contacto con los de Palestina y Babilonia, Antioquía y Damasco fueron importantes centros judíos, que tuvieron que sufrir también las repercusiones de la primera guerra judía. Antioquía fue, después de Jerusalén, el primer gran foco de expansión cristiana. Palestina era el solar de Israel, pero tenía población griega insertada y el judaísmo de parte de sus habitantes (Galilea, Idumea) carecía de solera para uno de Judea.
La tolerancia grecorromana del judaísmo como religio licita motivó los privilegios y exenciones de la comunidad (exención de servicio militar y actos del culto oficial, cierto grado de jurisdicción civil y penal, y la colecta para Jerusalén; luego trasformada en el represivo fiscus iudaicus). Conjunto de peculiaridades y prácticas chocantes (como la circuncisión y el reposo sabático) que dieron ocasión a su vez a violentas quiebras de tal tolerancia. El estatuto jurídico de los judíos de la Diáspora se mantuvo en principio independiente de los avatares y ruina del Estado judío.
La organización interna de las comunidades Judías siguió el doble modelo del consejo de ancianos (presbyteroi) palestino y de la gerousía helenística, en los casos en que pudieron constituir un políteuma en la pólis helenística. Las simples congregaciones (synagôgai) tenían un modelo más asequible, para la administración de la comunidad, en los collegia paganos. Celebraban sus reuniones religiosas en la proseukhê, bajo la dirección específica de un archisinagogo y su ayudante. Lo más distintivo de las congregaciones judías eran los ritos religioso_nacionales que delimitaban a sus miembros.
Esos mismos ritos, sobre todo la circuncisión, fueron un freno a la misión judía universal, demasiado ligada al nacionalismo. La literatura apologética del judaísmo helenístico atestigua indirectamente el objetivo misionero. La exigencia de plena integración resultó en que, junto a los conversos que la aceptaron (prosélitos), se constituyese una clase intermedia de semiconversos («adoradores» y «temerosos de Dios»), que resultaron particularmente receptivos para la misión cristiana.
Jesús limitó su misión terrena a Israel; pero con acogidas y previsiones que llevaron a sus discípulos, después de Pascua, a reflexionar sobre el curso de la misión cristiana, ilustrados por las Escrituras, y entender que Cristo estaba destinado a ser la luz de las gentes. Los mandatos evangélicos de misión universal (Mt 28,18_20; Lc 24,45-48) son expresión de esta toma de conciencia.
Los cristianos helenistas de Jerusalén fueron los que, forzados a la dispersión, se dedicaron a la misión de amplitud geográfica y, en un segundo estadio, comenzaron la de los paganos (Hch 11,20_21). Un tercer estadio lo marca la misión de Bernabé y Pablo (Hch 13_14) y la proseguida luego por Bernabé.
Resuelto en principio el problema de la libertad respecto a la Ley judía, Pablo es el líder de una misión a los paganos, a través de Asia Menor y Grecia, con una doble estrategia de roturar terreno y alejarse del ya misionado, que le lleva a planear ir a España. Con los ganados mediante una primera predicación sinagogal, crea una red de iglesias ciudadanas (trenzadas por iglesias domésticas), focos a su vez de irradiación misionera. Truncado su plan por larga prisión, murió mártir en Roma.
Pedro preside primero la iglesia madre de Jerusalén. Pudo ser el pionero de la misión gentil (Hch 10); pero se hace cargo de la misión a los judíos, de primaria importancia teológica (cf. Rom 1,16). Si bien su éxito en la misión judeocristiana debió ser muy relativo, tras morir mártir en Roma, esta iglesia irá asumiendo conscientemente en su nombre el liderazgo de la misión universal y de la comunión católica.
En Asia Menor se entrecruzaron diversas líneas misionales, expresión del pluralismo que se habría de integrar en la Gran Iglesia. Fue campo de la misión de Bernabé, de Pablo, de un cristianismo petrino (antioqueno y romano) y de círculos joánicos: una corriente peculiar, muy profética, de elevada cristología, en fuerte ruptura con el judaísmo y abierta a conversos paganos. Tras una grave crisis, confluye de lleno con la tradición católica o deriva en el gnosticismo.
Santiago el hermano del Señor quedó al frente de la iglesia de Jerusalén. Pronto le hicieron bandera de un judeocristianismo estricto. Tras su muerte y las dos guerras judías, muchos de estos judeocristianos, dispersos, acabaron separados tanto del judaísmo como de la Gran Iglesia. Eran judíos que reconocían la mesianidad de Jesús, aunque no todos la divinidad de Cristo, y que continuaban observando la Torá. Los Nazarenos reconocían ambas y fueron sus prácticas las que les separaron de la Iglesia católica. Los Ebionitas, además, no admitían la divinidad de Cristo.
Hubo un cristianismo siríaco, que se retrotraía a un tal Addai y luego al apóstol Tomás, y que, al menos en parte, quedó muy influido por el gnosticismo. Así se completó una tradición judeocristiana de dichos del Señor con dichos gnósticos (EvTom). Esta impronta gnóstica, cargada de encratismo, fue borrándose a medida que se acentuaba el encratismo como característica del cristianismo siríaco.
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