Cap.- 2 Judaísmo y helenismo
El impacto de la cultura helenística en la cuenca oriental del Mediterráneo, se intensificó tras las conquistas de Alejandro Magno y perduró muchos siglos. También entre la aristocracia judía se hizo notar pronto el interés por la educación y modo de vida griego. La influencia helenística sobre sabios yavistas se percibe en la vigorización de un pensamiento racional, esfuerzos de sistematización y una mayor atención a lo cosmológíco y antropológico. Se entremezclan corrientes ideológicas un tanto diversas: búsqueda de la fusión de una sabiduría supranacional y de la piedad tradicional, tendencias universalistas críticas y un esfuerzo de fidelidad a la herencia profética. A la par, se va incrementando la creencia popular en una vida futura bienaventurada.
Ben Sira representa el fin de la época de encuentro predominantemente positivo del judaísmo con el helenismo y el comienzo de una defensa crítica. Una generación después, al estallar conflictos entre los partidarios de una asimilación total a la cultura helenística y los más fieles a la religión tradicional, Antioco IV Epífanes intervino a favor de los primeros (a. 167). Trató de imponer la política de asimilación con fuertes medidas represivas contra el triple bastión de la religión judía. Contra la fe monoteísta en Yavé, la identificación sincretista con el Zeus Olímpico y Hospitalario, a quien fueron dedicados el templo judío de Jerusalén y el santuario samaritano del Garizim. Contra las tradiciones sacras, la destrucción de los libros de la Ley. Prohibición también bajo la máxima pena de las prácticas específicas, como la circuncisión, la guarda del sábado y la abstención de ciertos alimentos. La persecución provocó apostasías, fugas, martirios y el estallido de la rebelión liderada por los Macabeos.
La guerra de liberación religiosa tuvo éxito gracias a la debilidad del Imperio seléucida y la determinación y acierto de los combatientes judíos. Esta lucha por la Ley contribuye a explicarnos la peculiar vinculación con la Torá que marca la evolución posterior del judaísmo. La religión judía acentuó sus rasgos de religión nacional.
Conseguido su primer objetivo, la lucha prosiguió como guerra de liberación política. El cambio de sentido de la lucha se acentuó con los sucesores de Judas Macabeo. Sus hermanos Jonatán y Simón, lograda una cierta independencia, completaron su autoridad militar y política con el sumo sacerdocio. Lo que fue considerado una usurpación por algunos sectores del judaísmo. El victorioso hijo de Simón, Juan Hircano I, pudo llegar a creerse un nuevo David. Un hijo suyo, Aristóbulo I toma ya el título de rey. Otro, Alejandro Janneo, se mantuvo en el poder pese a la oposición de su propio pueblo, gracias al apoyo seléucida y con un régimen de terror. La dinastía hasmonea se hundió al coincidir las rivalidades entre sus hijos Hircano II y Aristóbulo II con la conquista de los Estados helenísticos vecinos por el poder romano.
Las guerras civiles entre los príncipes hasmoneos, y los avatares de la política internacional, facilitaron la entronización del idumeo Herodes. Roma alternó la política de situar en Palestina reyes clientes (Herodes y sus sucesores) y de administrar directamente el territorio por medio de procuradores, dependientes del gobernador de Siria. La falta de tacto o el despotismo y corrupción de los gobernantes romanos, combinados con la exacerbación de las pasiones nacionalistas y el fanatismo religioso de los judíos, ocasionó muchos motines y dos grandes sublevaciones. Las dos grandes guerras que acarrearon sucesivas catástrofes para la nación judía. La primera (66_73) llevó a la ruina de Jerusalén y, con la destrucción del Templo (a. 70), al fin de las instituciones sacerdotales. La segunda (132_135), ocasionó la exclusión de los judíos de Jerusalén y su pérdida del solar patrio.
Tras las catástrofes, los fariseos lograron aglutinar a los judíos en torno a la ley y sus propias tradiciones. Los rabinos de Jamnia después del 70, y los de Galilea tras el 135, llegaron a ser el foco espiritual del judaísmo.
Como otros judíos desligados del movimiento zelote (Johanan Ben Zakkai), los cristianos de Jerusalén habían abandonado la ciudad antes de su ruina. También del lado cristiano se pudo interpretar la tragedia como un juicio divino y algunos, pronto corregidos, la pudieron sentir como una obertura de la Parusía.
La escisión de judíos y cristianos quedó consumada después del 135. Comprensible, vista en línea con el rechazo a Jesús, la persecución de los judeocristianos por los judíos, desde los comienzos y particularmente durante la segunda guerra, fue una causa de la ruptura y un resultado del reconocimiento de lo distintivo del cristianismo. En la medida en que se separaban de los judíos, los cristianos quedaron a su vez expuestos a la persecución por parte de las autoridades romanas.
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