Cap.- 11 Mesianismo y cristología
Llamamos mesianismo a la esperanza de salvación escatológica, como realización de Dios por medio de una figura salvífica. Lo distinguimos del «mesianismo» regio: la esperanza de un futuro mejor puesta en el rey o la dinastía, como instrumentos de Dios, para una salvación histórica próxima o imprecisa. Si bien la transición del «mesianismo regio» al escatológico es muy fluida mantiene la ambigüedad en los intentos históricos para forzar su realización. Ambos derivan del ideal de realeza del antiguo Israel. El Mesías es el rey ideal proyectado en el futuro definitivo.
Con David como prototipo, la expectativa del rey ideal pudo renovarse en diversas entronizaciones o en reinados como los de Ezequías y Josías. Tras el fin del reino de Judá, el exilio y el regreso, pudo animar ilusiones de restauración con Zorobabel; pero muchos judíos se fueron conformando con la comunidad religiosa, nacional y teocrática, en torno al Segundo Templo y su culto sacerdotal, acomodándose en los buenos tiempos a un régimen político multinacional. En tiempos difíciles ello dio origen a una alternancia o combinación de «mesianismos» davídico y sacerdotal.
La esperanza en el régimen real de Yavé acaba por desembocar en la escatología, a medida que las ilusiones de restauración quedan confrontadas con la dura realidad de la historia. La masa del pueblo sigue soñando en obtener venganza de sus opresores en el ámbito político, terreno. Otros alimentan expectativas más religiosas y de un carácter transmundano creciente. Si el Dt_Is mantiene todavía la conexión con los sucesos históricos, el Trito_Is subraya el aspecto milagroso de la salvación definitiva. En una tercera línea, la redención final acaba por verse como una trasfiguración celeste, una vez que el mundo presente deje lugar al venidero.
Esta pluralidad de perspectivas sobre la realización final del Reino de Dios puede contar o no con una figura humana mediadora. El Mesías no es parte indispensable de la esperanza escatológica judía. No aparece en una serie de escritos bíblicos tardíos ni en varios pseudepígrafós. En tiempos de bonanza, hubo quienes se dieron por satisfechos con las instituciones de la comunidad teocrática (Eclo). Otros, en tiempos de crisis, confiaron como vindicación divina en un dominio universal de los piadosos (Dn), esperaron la resurrección (Dn, 2 Mac) o la inmortalidad bienaventurada (Sab). Mientras Jub centra el dominio mundial en la posteridad de Jacob, AsMos espera la ascensión de Israel al cielo. No hay figura mesiánica en la guerra escatológica de 1QM.
La pervivencia de la expectación de un Mesías nacional queda asegurada por la excitación y aún levantamientos suscitados por figuras históricas desde Zorobabel hasta Bar Kochba. Ha dejado también testimonios literarios (LXX, Targumes, OrSyb, PsSol, Test12P, plegarias y literatura rabínica). El mismo Josefo, que nos da noticia de intentos anteriores a la primera guerra judía, atestigua que el incentivo para ésta provino de un texto bíblico entendido como oráculo mesiánico.
La tradición sacerdotal y el comienzo de la dinastía hasmonea pudieron llevar a una conjugación del mesianismo regio con uno sacerdotal o, en reacción contra los Hasmoneos, a una separación y subordinación del uno al otro (Qumrán, Test12P). En la documentación de Qumrán entran en escena el Profeta, el Mesías de Israel y el Mesías de Aarón.
El Profeta del tiempo final (Dt 18,15), esperado por los medios populares, no acaba de encajar en la revalorización de Moisés y la interpretación de la Torá por los escribas; pero aún aquí deja su huella en la espera del retorno de Elías (Mal 3,23_24; Eclo 48,10_11) como heraldo de los tiempos mesiánicos. El theologoumenon de que Elías debía venir primero, debió servir de objeción al reconocimiento de la mesianidad de Jesús (Mc 9,11_13). Los Sinópticos, pero no Jn, responden atribuyendo al Bautista el papel de Elías. Aparte de esto, parece que los sectarios de Qumrán identificaron con el Profeta a su fundador, el Maestro de Justicia. La secta conoce también un liberador angélico, el Melquisedec celeste, análogo al Hijo del hombre de otras tradiciones.
El Hijo del hombre, originalmente símbolo del Pueblo de Dios (Dn 7), sufriente y vindicado, pasa a identificarse con su figura representativa (Henoc en las Similitudines). Como éste, es preexistente, reservado en los cielos hasta su manifestación al fin de los días, como representante mesiánico de Israel para ejercer el juicio divino escatológico. En 4Esd y 2Bar queda identificado con el222 Mesías davídico.
El Siervo de Yavé del Dt_Is, maestro y predicador, luz de salvación para todas las gentes, que sufre en propiciación por los pecadores, es un verdadero mediador de salvación mediante la conversión religiosa y moral. Es una figura que recapitula el entero movimiento profético.
Desde Judas el Galileo hace irrupción violenta el ideal teocrático que desembocará en el movimiento zelote, varios conatos de levantamiento y las dos grandes guerras judías, sin duda animadas por la excitación mesiánica. Esta persistió entre ambas, como lo muestran, entre otros datos, el intento de Jonatán en Cirenaíca y la gran sublevación de los judíos de los antiguos dominios de los Lágidas bajo Trajano. La corroboran literariamente 2Bar, 4Esd y OrSyb V. Tras los repetidos fracasos, la Misná recordará al Mesías como simple elemento tradicional de su Jerusalén imaginaria, alternativa simbólica de la histórica desaparecida. El judaísmo talmúdico tendrá en cuenta al Mesías, con variedad de opiniones, en sus especulaciones sobre el futuro.
En este cuadro histórico, precediendo en tres decenios a la primera gran explosión, se sitúa la entrada en escena de Jesús. Su conciencia de filiación divina y de ser el mediador definitivo de salvación es el punto de partida de la cristología, que arranca de la fe pascual y es resultado del mismo proceso interpretativo por el que se recogieron las tradiciones de Jesús. Las apariciones del Resucitado dan su impulso inicial a la cristología de ensalzamiento.
Jesús fue un maestro de autoridad única y su enseñanza marca la vida cristiana y la misión de la Iglesia. Se alinea con los profetas, pero delimita su tiempo de cumplimiento del de preparación profética. Las gentes llegaron a reconocerle como profeta, como antes al Bautista. El cristianismo antiguo lo presenta como nuevo Moisés que sobrepuja al primero. Es el Profeta escatológico.
La creencia prepascual en Jesús Mesías es el presupuesto de la cristología desarrollada desde la fe en la resurrección. Jesús había esquivado una comprensión política de su mesianismo; pero fue a la muerte por este reconocimiento. Ya en vida se le aclamó como el Mesías Hijo de David. Había combinado su mensaje con las expectativas puestas sobre el Hijo del hombre. Se había identificado con el destino de la figura derivada de Dn 7. Ya en su vida terrena, había comenzado a realizar la misión del Siervo de Yavé. El cristianismo primitivo recurrió, pues, a esta figura profética para interpretar el acontecimiento de Jesús.
La primitiva confesión cristiana Kyrios Iesus explica no sólo que el crist ianisrno primitivo vea en el acontecimiento de Cristo la culminación y la clave hermenéutica del A.T. sino que se le apliquen textos del A.T. originalmente reservados a Yavé. Implica una comprensión de Jesucristo en unidad de rango divino con el Dios del A.T. y a la par en distinción personal. Esa identidad y distinción se expresa también con el título Hijo de Dios. Ello lleva muy pronto a añadir la cristología de preexistencia y de función cósmica a la de soteriología y de culminación escatológica. Para elaborar la primera se recurrió a la tradición bíblica de la Sabiduría y de la Palabra de Dios y a la tradición judeo_helenista del Logos. Para la segunda prestaron su contribución los cantos del Siervo y la figura del Hijo del hombre escatológico.
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