Capítulo
primero
La
transformación misionera de la Iglesia
19.
La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced que todos
los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt
28,19-20). En estos versículos se presenta el momento en el cual el Resucitado
envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de
manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra.
I.
Una Iglesia en salida
20.
En
la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios
quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una
tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo
te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la
promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe
irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los
escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia,
y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada
comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos
invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a
llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
21.
La
alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es
una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que
regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que
se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación
alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de
admiración los primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles
«cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es
un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre
tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar
siempre de nuevo, siempre más allá. El
Señor
dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas,
porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en
un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí,
sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.
22.
La
Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio
habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el
agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad
inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas
que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas.
23. La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad
itinerante, y la
comunión
«esencialmente se configura como comunión misionera».20 Fiel al modelo del Maestro, es vital
que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares,
en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del
Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia
el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo una Buena
Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10).
El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que él
debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua
y pueblo» (Ap 14,6).
Primerear,
involucrarse, acompañar, fructificar y festejar
24.
La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean,
que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»:
sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el
Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10);
y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al
encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para
invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia,
fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva.
¡Atrevámonos un poco
20 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici
(30 diciembre 1988), 32: AAS 81 (1989), 451.
más a primerear! Como consecuencia,
la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor
se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás
para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis
esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos
en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente
de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así
«olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a
«acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y
prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La
evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don
del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está
atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no
pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en
medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la
manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de
vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe
dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo,
pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y
manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad
evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña
victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se
vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el
bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la
liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y
fuente de un renovado impulso donativo.
II. Pastoral en conversión
25. No ignoro que hoy los documentos
no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente
olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un
sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las
comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de
una conversión
pastoral
y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una
«simple administración».21 Constituyámonos en todas las
regiones de la tierra en un «estado permanente de misión».22
26.
Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza
que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera.
Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: «La
Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el
misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un
espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la
vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef
5,27)- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un
anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los
defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior,
frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí».23
El
Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una
permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la
Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […]
Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la
Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre
necesidad».24
Hay
estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que
las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu
evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier
estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Una
impostergable renovación eclesial
27.
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura
21 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Aparecida,
201.
22 Ibíd., 551.
23 PABLO
VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 3: AAS 56 (1964),
611-612.
24 CONC.
ECUM. VAT. II, Decreto Unitatis
redintegratio, sobre el ecumenismo, 6.
eclesial
se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más
que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión
pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se
vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea
más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante
actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a
quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de
Oceanía, «toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como
objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial».25
28.
La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran
plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la
creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la
única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse
continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus
hijos y de sus hijas».26 Esto supone que realmente esté en
contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una
prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran
a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la
escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del
anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración.27 A través de todas sus actividades,
la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de
evangelización.28 Es comunidad de comunidades,
santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de
constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la
revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos
en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva
comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.
25 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania
(22 noviembre 2001), 19: AAS 94 (2002), 390.
26 JUAN PABLO II, Exhort.
ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 26: AAS
81 (1989), 438.
27 Cf. Propositio 26.
28 Cf. Propositio 44.
29.
Las
demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades,
movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el
Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Muchas veces
aportan un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo
que renuevan a la Iglesia. Pero es muy sano que no pierdan el contacto con esa
realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gustosamente en
la pastoral orgánica de la
Iglesia
particular.29 Esta integración evitará que se
queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en
nómadas sin raíces.
30. Cada Iglesia particular, porción de
la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la
conversión misionera. Ella es el sujeto
primario
de la evangelización,30 ya que es la manifestación concreta
de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella «verdaderamente está y
obra
la
Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica».31 Es la Iglesia encarnada en un
espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por
Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se
expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más
necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio
territorio o hacia los nuevos ámbitos
socioculturales.32 Procura estar siempre allí donde
hace más falta la luz y la vida del Resucitado.33 En orden a que este impulso
misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada
Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento,
purificación y reforma.
31.
El
obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana
siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes
tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32).
Para
eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la
29 Cf. Propositio 26.
30 Cf. Propositio 41.
31 CONC.
ECUM. VAT. II, Decreto Christus Dominus,
sobre el oficio pastoral de los Obispos, 11.
32 Cf. BENEDICTO
XVI, Discurso a los participantes en un Congreso con ocasión del 40
Aniversario del Decreto Ad Gentes (11 marzo 2006): AAS 98
(2006), 337.
33 Cf. Propositio 42.
esperanza
del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía
sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para
ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato
para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica,
abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los
mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico34 y otras formas de diálogo pastoral,
con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los
oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente
la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos.
32. Dado que estoy llamado a vivir lo que
pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me
corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se
orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que
Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El
Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio
del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se
abra a una
situación
nueva».35 Hemos avanzado poco en ese sentido.
También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan
escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó
que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales
pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda,
a
fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta».36 Pero este deseo no se realizó
plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto
de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones
concretas, incluyendo también
alguna
auténtica autoridad doctrinal.37
Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y
su dinámica misionera.
33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el
cómodo criterio
pastoral
del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y
34 Cf. cc. 460-468; 492-502; 511-514; 536-537.
35 Carta enc. Ut
unum sint (25 mayo 1995), 95: AAS 87 (1995), 977-978.
36 CONC. ECUM. VAT. II, Const.
dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
37 Cf. JUAN
PABLO II, Motu proprio Apostolos suos (21 mayo 1998): AAS
90 (1998), 641-658.
creativos en esta tarea de
repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos
evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda
comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera
fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las
orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es
no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía
de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.
III.
Desde el corazón del Evangelio
34. Si pretendemos poner todo en clave
misionera, esto también vale para el modo de comunicar el mensaje. En el mundo
de hoy, con la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de
contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que
nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos
secundarios. De ahí que algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral
de la Iglesia queden fuera del contexto que les da sentido. El problema mayor
se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con
esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no
manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo. Entonces conviene ser
realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el
trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con
el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo.
35.
Una
pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de
una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia.
Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente
llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo
esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo
tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello
profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante.
36. Todas las verdades reveladas proceden
de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas
son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En
este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico
de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este
sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía”
en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el
fundamento de la fe
cristiana».38 Esto vale tanto para los dogmas de
fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la
enseñanza moral.
37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en
el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las
virtudes y en los actos que de ellas
proceden.39 Allí lo que cuenta es ante todo «la
fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6). Las obras de amor al
prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del
Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu
Santo, que se manifiesta en la fe
que
obra por el amor».40 Por ello explica que, en cuanto al
obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma
la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece
volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del
superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual
resplandece su omnipotencia de modo máximo».41
38.
Es
importante sacar las consecuencias pastorales de la enseñanza conciliar, que
recoge una antigua convicción de la Iglesia. Ante todo hay que decir que en el anuncio
del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte
en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se
ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco a lo largo de un año
litúrgico habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la
caridad o la justicia, se
38 CONC.
ECUM.
VAT.
II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 11.
39 Cf. Summa
Theologiae I-II, q. 66, art. 4-6.
40 Summa
Theologiae I-II, q. 108, art. 1.
41 Summa
Theologiae II-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4,
ad 1: «No adoramos a Dios con sacrificios y dones exteriores por Él
mismo, sino por nosotros y por el prójimo. Él no necesita nuestros sacrificios, pero quiere que se
los ofrezcamos por nuestra devoción y para la utilidad del prójimo. Por eso, la
misericordia, que socorre los defectos ajenos, es el sacrificio que más le
agrada, ya que causa más de cerca la utilidad del prójimo».
produce una desproporción donde las
que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que deberían estar más
presentes en la predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla
más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del
Papa que de la Palabra de Dios.
39. Así como la organicidad entre las
virtudes impide excluir alguna de ellas del ideal cristiano, ninguna verdad es
negada. No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio. Es más,
cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa
totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su
importancia y se iluminan unas a otras. Cuando la predicación es fiel al
Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y
queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más
que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y
errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos
salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el
bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer!
Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa
invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia
corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro
peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino
algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones
ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de
tener «olor a Evangelio».
IV. La misión que se encarna en los límites humanos
40. La Iglesia, que es discípula
misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su
comprensión de la verdad. La tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a
«madurar el juicio de la Iglesia».42
De otro modo también lo hacen las demás ciencias. Refiriéndose a las ciencias
sociales, por ejemplo, Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia presta atención a
sus aportes «para sacar indicaciones concretas que le
42 CONC. ECUM. VAT. II, Const.
dogm. Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 12.
ayuden
a desempeñar su misión de Magisterio».43
Además, en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las
cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas
de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el
Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya
que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes
sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles
una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se
manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza
del Evangelio.44
41.
Al mismo tiempo, los enormes y veloces cambios culturales requieren que
prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre
en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Pues en el depósito
de la doctrina cristiana «una cosa es la substancia […] y otra la manera de
formular su expresión».45 A veces, escuchando un lenguaje
completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos
utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de
Jesucristo. Con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre
el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano
que no es verdaderamente cristiano. De ese modo, somos fieles a una
formulación, pero no entregamos la substancia. Ése es el riesgo más grave.
Recordemos que «la expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación
de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy
el mensaje evangélico en su inmutable significado».46
43 JUAN
PABLO
II, Motu proprio Socialium Scientiarum (1 enero 1994): AAS 86
(1994), 209.
44 Santo Tomás de Aquino remarcaba que
la multiplicidad y la variedad «proviene de la intención del primer agente»,
quien quiso que «lo que faltaba a cada cosa para representar la bondad divina,
fuera suplido por las otras», porque su bondad «no podría representarse
convenientemente por una sola criatura» (Summa Theologiae I, q. 47, art.
1). Por eso nosotros necesitamos captar la variedad de las
cosas en sus múltiples relaciones (cf. Summa Theologiae I, q. 47, art.
2, ad 1; q. 47, art. 3). Por
razones análogas, necesitamos escucharnos unos a otros y complementarnos en
nuestra captación parcial de la realidad y del Evangelio.
45 JUAN
XXIII, Discurso en la solemne apertura del Concilio Vaticano II (11
octubre 1962): AAS 54 (1962), 792: «Est enim aliud ipsum depositum
fidei, seu veritates, quae veneranda doctrina nostra continentur, aliud
modus, quo eaedem enuntiantur».
46 JUAN
PABLO II, Carta enc. Ut unum sint (25 mayo
1995), 19: AAS 87 (1995), 933.
42. Esto tiene una gran incidencia en el
anuncio del Evangelio si de verdad tenemos el propósito de que su belleza pueda
ser mejor percibida y acogida por todos. De cualquier modo, nunca podremos
convertir las enseñanzas de la Iglesia en algo fácilmente comprendido y
felizmente valorado por todos. La fe siempre conserva un aspecto de cruz,
alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión. Hay cosas que sólo
se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de
la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos. Por ello, cabe
recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora
que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio.
43.
En
su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer
costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy
arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la
misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser
bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del
Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o
preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero
que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de
Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo
de
Dios
«son poquísimos».47 Citando a san Agustín, advertía que
los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con
moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión
en una
esclavitud,
cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre».48 Esta advertencia, hecha varios
siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería ser uno de los criterios a
considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación
que permita realmente llegar a todos.
44. Por otra parte, tanto los Pastores
como todos los fieles que acompañen a sus hermanos en la fe o en un camino de
apertura a Dios, no pueden olvidar lo que con tanta claridad enseña el Catecismo
de la Iglesia católica:
47
Summa Theologiae I-II, q. 107, art. 4.
48 Ibíd.
«La
imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e
incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el
temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o
sociales».49
Por
lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con
misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que
se van construyendo día a día.50
A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de
torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el
bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser
más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus
días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y
el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada
persona, más allá de sus defectos y caídas.
45.
Vemos así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y
de las circunstancias. Procura siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio
en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que
pueda aportar cuando la perfección no es posible. Un corazón misionero sabe de esos
límites y se hace «débil con los débiles […] todo para todos» (1 Co
9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por
la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión
del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces
no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro
del camino.
V.
Una madre de corazón abierto
46.
La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los
demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin
rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la
ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para
acompañar al que se quedó al costado del camino. A
49 N. 1735.
50 Cf. JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio
(22 noviembre 1981), 34: AAS 74 (1982), 123.
veces es como el padre del hijo
pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda
entrar sin dificultad.
47. La Iglesia está llamada a ser siempre
la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener
templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien
quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se
encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras puertas que
tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida
eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los
sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo
cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La
Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un
premio para
los
perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles.51 Estas convicciones también tienen
consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y
audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como
facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay
lugar para cada uno con su vida a cuestas.
48.
Si
la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin
excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio,
se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos
ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser
despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué recompensarte» (Lc
14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje
tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los
destinatarios
privilegiados del Evangelio»,52
y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús
vino a traer. Hay que
51 Cf. SAN
AMBROSIO, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464:
«Tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco
continuamente, he de tener siempre un remedio»; ibíd., IV, 5, 24:
PL 16, 463: «El que comió el maná murió; el que coma de este cuerpo
obtendrá el perdón de sus pecados»; SAN
CIRILO DE ALEJANDRÍA,
In Joh. Evang. IV, 2: PG 73, 584-585:
«Me he examinado y me he reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿y
cuándo seréis dignos? ¿Cuándo
os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden
acercaros y si nunca vais a dejar de caer –¿quién conoce sus delitos?,
dice el salmo–, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica
para la eternidad?».
52 BENEDICTO
XVI, Discurso durante el encuentro con el Episcopado brasileño en la
Catedral de San Pablo, Brasil (11 mayo 2007), 3: AAS 99
(2007), 428.
decir sin vueltas que existe un
vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.
49. Salgamos, salgamos a ofrecer a
todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas
veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.
No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en
una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente
y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la
fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de
fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera
hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros
de comer!» (Mc 6,37).
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