Capítulo
cuarto
La
dimensión social de la evangelización
176.
Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios. Pero «ninguna
definición parcial o fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica
que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e
incluso mutilarla».140 Ahora quisiera compartir mis
inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización precisamente
porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el
riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión
evangelizadora.
I.
Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma
177.
El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón
mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El
contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro
es la caridad.
Confesión
de la fe y compromiso social
178.
Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir
que «con ello le confiere una dignidad infinita».141 Confesar que el Hijo de Dios asumió
nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al
corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide
conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser
humano. Su redención tiene un sentido social porque «Dios, en Cristo, no redime
solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los
hombres».142 Confesar que el Espíritu Santo actúa
en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y
todos los vínculos sociales: «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita,
propia de
140 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 17: AAS
68 (1976), 17.
141 JUAN
PABLO II, Mensaje a los discapacitados, Ángelus (16
noviembre1980): Insegnamenti 3/2 (1980), 1232.
142 PONTIFICIO
CONSEJO «JUSTICIA
Y PAZ»,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 52.
una mente divina, que provee a
desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e
impenetrables».143 La evangelización procura cooperar
también con esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de la
Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo
cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio
reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción
humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción
evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por
Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la
persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y
cuidar el bien de los demás.
179. Esta inseparable conexión entre
la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno está expresada
en algunos textos de las Escrituras que conviene considerar y meditar
detenidamente para extraer de ellos todas sus consecuencias. Es un mensaje al
cual frecuentemente nos acostumbramos, lo repetimos casi mecánicamente, pero no
nos aseguramos de que tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras
comunidades. ¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva
a perder el asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la
fraternidad y la justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la
permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt
25,40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la
medida con que midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y responde a la
misericordia divina con nosotros: «Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará […] Con la medida
con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38). Lo que expresan estos textos
es la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los
dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más
claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual
143 JUAN PABLO II, Catequesis (24 abril 1991): Insegnamenti
14/1 (1991), 853.
en
respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios. Por eso mismo «el servicio
de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia
y expresión irrenunciable de su propia esencia».144 Así como la Iglesia es misionera por
naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva
con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve.
El
Reino que nos reclama
180.
Leyendo
las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo
la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería
entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos
individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una
serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La
propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de
amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar
entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz,
de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia
cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad
ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura»
(Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él
pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt
10,7).
181.
El
Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel
principio de discernimiento que Pablo VI proponía con
relación
al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre».145 Sabemos que «la evangelización no
sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el
curso de los tiempos se establece entre
el
Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre».146 Se trata del criterio de
universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que
todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en «recapitular
todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo
144 BENEDICTO XVI, Motu proprio Intima Ecclesiae natura (11
noviembre 2012): AAS 104 (2012),
996.
145 Carta enc. Populorum Progressio
(26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
146 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 29: AAS
68 (1976), 25.
un
solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el
mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15), porque
«toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm
8,19). Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida
humana, de manera que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo
tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las
dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la
convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño»147. La verdadera esperanza cristiana,
que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.
La
enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales
182.
Las
enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores
o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar
ser concretos –sin pretender entrar en detalles– para que los grandes
principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a
nadie. Hace falta sacar sus consecuencias prácticas para que «puedan incidir
eficazmente también en
las
complejas situaciones actuales».148
Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a
emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya
que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser
humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito
privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios
quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados
a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos»
(1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la
conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al
orden social y a la obtención del bien común».149
183. Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la
religión a
147 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de
Aparecida, 380.
148 PONTIFICIO
CONSEJO «JUSTICIA
Y PAZ»,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 9.
149 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in America
(22 enero 1999), 27: AAS 91 (1999),
762.
la
intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y
nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad
civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco
de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una
auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo
deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de
nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha
puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y
cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La
tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de
la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no
puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia».150 Todos los cristianos, también los
Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor.
De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo
positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no
deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo.
Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo
social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la
reflexión doctrinal como en el ámbito práctico».151
184.
No es el momento para desarrollar aquí todas las graves cuestiones sociales que
afectan al mundo actual, algunas de las cuales comenté en el capítulo segundo.
Éste no es un documento social, y para reflexionar acerca de esos diversos
temas tenemos un instrumento muy adecuado en el Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, cuyo uso y estudio recomiendo vivamente. Además, ni
el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad
social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo
repetir aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: «Frente a situaciones tan
diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer
una solución con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra
misión.
150 BENEDICTO XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre
2005), 28: AAS 98 (2006), 239-240.
151 PONTIFICIO
CONSEJO «JUSTICIA
Y PAZ»,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 12.
Incumbe a las comunidades cristianas
analizar con objetividad la situación propia de su país».152
185. A continuación procuraré
concentrarme en dos grandes cuestiones que me parecen fundamentales en este
momento de la historia. Las desarrollaré con bastante amplitud porque considero
que determinarán el futuro de la humanidad. Se trata, en primer lugar, de la
inclusión social de los pobres y, luego, de la paz y el diálogo social.
II. La inclusión social de los pobres
186. De nuestra fe en Cristo hecho
pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el
desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.
Unidos a Dios escuchamos un clamor
187. Cada cristiano y cada comunidad
están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los
pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone
que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo.
Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere
escuchar el clamor de los pobres: «He visto la aflicción de mi pueblo en
Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos.
He bajado para librarlo […] Ahora pues, ve, yo te envío…» (Ex 3,7-8.10),
y se muestra solícito con sus necesidades: «Entonces los israelitas clamaron al
Señor y Él les suscitó un libertador» (Jc 3,15). Hacer oídos sordos a
ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al
pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese
pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado» (Dt
15,9). Y la falta de solidaridad en sus necesidades afecta directamente a
nuestra relación con Dios: «Si te maldice lleno de amargura, su Creador
escuchará su imprecación» (Si 4,6). Vuelve siempre la vieja pregunta:
«Si alguno que posee bienes del mundo ve a su hermano
152 Carta ap. Octogesima
adveniens (14 mayo 1971), 4: AAS 63 (1971), 403.
que
está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor
de Dios?» (1 Jn 3,17). Recordemos también con cuánta contundencia el
Apóstol Santiago retomaba la figura del clamor de los oprimidos: «El salario de
los obreros que segaron vuestros campos, y que no habéis pagado, está gritando.
Y los gritos de los segadores han llegado a los oídos
del Señor de los ejércitos» (5,4).
188.
La
Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la
misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se
trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el
Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha
el
clamor por la justicia y
quiere responder a él con todas sus fuerzas».153 En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus
discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica
tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y
para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples
y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La
palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal,
pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear
una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la
vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
189.
La
solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de
la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a
la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para
cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual
la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le
corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne,
abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un
cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará
lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas,
pesadas e ineficaces.
153 C ONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA
DE LA FE,
Instrucción Libertatis nuntius (6 agosto 1984), XI, 1: AAS 76
(1984), 903.
190.
A
veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más
pobres de la tierra, porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los
derechos del hombre, sino también en el de los derechos de
los
pueblos».154 Lamentablemente, aun los derechos
humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de
los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos.
Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay que recordar
siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que
el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor
desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que
repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para
poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los
demás».155 Para hablar adecuadamente de
nuestros derechos necesitamos ampliar más la mirada y abrir los oídos al clamor
de otros pueblos o de otras regiones del propio país. Necesitamos crecer en una
solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos
artífices de su destino»,156 así como «cada hombre está llamado a
desarrollarse».157
191.
En
cada lugar y circunstancia, los cristianos, alentados por sus Pastores, están
llamados a escuchar el clamor de los pobres, como tan bien expresaron los
Obispos de Brasil: «Deseamos asumir, cada día, las alegrías y esperanzas, las
angustias y tristezas del pueblo brasileño, especialmente de las poblaciones de
las periferias urbanas y de las zonas rurales –sin tierra, sin techo, sin pan,
sin salud– lesionadas en sus derechos. Viendo sus miserias, escuchando sus
clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que
existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala
distribución de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica
generalizada del desperdicio».158
154 PONTIFICIO
CONSEJO «JUSTICIA
Y PAZ»,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 157.
155 PABLO
VI, Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 23: AAS 63
(1971), 418.
156 PABLO
VI, Carta enc. Populorum Progressio (26 marzo 1967), 65: AAS 59
(1967), 289.
157 Ibíd., 15: AAS 59 (1967), 265.
158 CONFERÊNCIA
NACIONAL DOS BISPOS DO
BRASIL, Documento Exigências evangélicas e éticas de
superação da miséria e da fome (abril 2002), Introducción, 2.
192.
Pero
queremos más todavía, nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de
asegurar a todos la comida, o un «decoroso sustento»,
sino
de que tengan «prosperidad sin exceptuar bien alguno».159 Esto implica educación, acceso al
cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre,
creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la
dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás
bienes que están destinados al uso común.
Fidelidad
al Evangelio para no correr en vano
193.
El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros
cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas
enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que resuenen con
fuerza en la vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices los
misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El Apóstol
Santiago enseña que la misericordia con los demás nos permite salir triunfantes
en el juicio divino: «Hablad y obrad como corresponde a quienes serán juzgados
por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no
tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el juicio» (2,12-13). En
este texto, Santiago se muestra como heredero de lo más rico de la espiritualidad
judía del postexilio, que atribuía a la misericordia un especial valor
salvífico: «Rompe tus pecados con obras de justicia, y tus iniquidades con
misericordia para con los pobres, para que tu ventura sea larga» (Dn
4,24). En esta misma línea, la literatura sapiencial habla de la limosna como
ejercicio concreto de la misericordia con los necesitados: «La limosna libra de
la muerte y purifica de todo pecado» (Tb 12,9). Más gráficamente aún lo
expresa el Eclesiástico: «Como el agua apaga el fuego llameante, la limosna
perdona los pecados» (3,30). La misma síntesis aparece recogida en el Nuevo
Testamento: «Tened ardiente caridad unos por otros, porque la caridad cubrirá
la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Esta verdad penetró
profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una
resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano.
Recordemos sólo un ejemplo: «Así como, en peligro de incendio,
159 JUAN XXIII, Carta enc. Mater et
Magistra (15 mayo 1961), 3: AAS 53 (1961), 402.
correríamos
a buscar agua para apagarlo […] del mismo modo, si de nuestra paja surgiera la
llama del pecado, y por eso nos turbamos, una vez que se nos ofrezca la ocasión
de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera una fuente
que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio».160
194.
Es
un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna
hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia
sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo,
sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor. ¿Para qué complicar lo
que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto
con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale
sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia
al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la
misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del
otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan
claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también
por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque «a los
defensores de «la ortodoxia» se dirige a veces el reproche de pasividad, de
indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia
intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen».161
195.
Cuando
san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir «si corría o
había corrido en vano» (Ga 2,2), el criterio clave de autenticidad que
le indicaron fue que no se olvidara de los pobres (cf. Ga 2,10). Este
gran criterio, para que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo
de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad en el contexto
presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista. La
belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por
nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los
últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha.
160 SAN
AGUSTÍN,
De Catechizandis Rudibus, I, XIV, 22: PL 40, 327.
161
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius
(6 agosto 1984), XI, 18: AAS 76 (1984), 907-908.
196.
A
veces somos duros de corazón y de mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos
extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de distracción que
ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación que nos afecta a
todos, ya que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización
social, de producción y de consumo, hace más difícil la realización de esta
donación y la formación de esa solidaridad interhumana».162
El
lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios
197.
El
corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él
mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención
está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí»
de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran
imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los
hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la
ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv
5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para
ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de
desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los
pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de
pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices
vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20);
con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la
misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s).
198.
Para
la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que
cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera
misericordia».163 Esta preferencia divina tiene
consecuencias en la
vida de
fe de todos
los cristianos, llamados
a tener «los
mismos
162 JUAN
PABLO
II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 41: AAS 83 (1991),
844-845.
163 JUAN
PABLO II, Homilía durante la Misa para la evangelización de
los pueblos en Santo Domingo
(11 octubre 1984), 5: AAS 77
(1985), 358.
sentimientos
de Jesucristo» (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción
por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio
de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la
Iglesia».164 Esta opción –enseñaba Benedicto XVI–
«está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por
nosotros, para enriquecernos con su pobreza».165 Por eso quiero una Iglesia pobre
para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus
fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario
que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una
invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el
centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en
ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a
escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios
quiere comunicarnos a través de ellos.
199.
Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de
promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde
activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo
como uno consigo».166 Esta atención amante es el inicio de
una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar
efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con
su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor
siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por
vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el
cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis».167 El pobre, cuando es amado, «es
estimado como de alto valor»,168
y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de
cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales
o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos
adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los
pobres, en cada comunidad
164 JUAN
PABLO II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30
diciembre 1987), 42: AAS 80 (1988), 572.
165Discurso en la Sesión inaugural de la
V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (13 mayo 2007), 3: AAS 99
(2007), 450.
166 SANTO
TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae II-II, q.
27, art. 2.
167 Ibíd., I-II, q.
110, art. 1.
168 Ibíd., I-II, q.
26, art. 3
cristiana,
se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz
presentación de la Buena Nueva del Reino?».169
Sin la opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun
siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse
en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete
cada día».170
200.
Puesto
que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica quiero
expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta
de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial
apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad,
su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de
un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por
los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa
privilegiada y prioritaria.
201.
Nadie
debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida
implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en
ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si
bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles
laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda
actividad humana sea
transformada
por el Evangelio,171 nadie puede sentirse exceptuado de
la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión
espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia
y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos
a
todos».172 Temo que también estas palabras sólo
sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No
obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y
os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada
propuesta.
169 JUAN
PABLO
II, Carta ap. Novo Millennio ineunte (6 enero 2001), 50: AAS 93
(2001), 303.
170 Ibíd.
171 Cf. Propositio 45.
172
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius
(6 agosto 1984), XI, 18: AAS 76 (1984), 908.
Economía
y distribución del ingreso
202.
La
necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar,
no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la
sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y
que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden
ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras
no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la
autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las
causas estructurales de la
inequidad,173 no se resolverán los problemas del
mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males
sociales.
203. La dignidad de cada persona humana y
el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica,
pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un
discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo
integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta
que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que
se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las
fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta
que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Otras veces
sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las
deshonra. La cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y
nuestras palabras de todo significado. La vocación de un empresario es una
noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la
vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por
multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo.
204. Ya no podemos confiar en las fuerzas
ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo
más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones,
programas,
mecanismos y procesos específicamente orientados a
una mejor
173 Esto implica «eliminar las causas estructurales
de las disfunciones de la economía mundial»: BENEDICTO
XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático (8 enero 2007): AAS 99
(2007), 73.
distribución
del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de
los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un
populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que
son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad
reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos.
205. ¡Pido a Dios que crezca el número de
políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente
a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo!
La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más
preciosas de la caridad,
porque
busca el bien común.174 Tenemos que convencernos de que la
caridad «no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades,
la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-
relaciones,
como las relaciones sociales, económicas y políticas».175 ¡Ruego al Señor que nos regale más
políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los
pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la
mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno,
educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir
a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una
apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y
económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el
bien común social.
206.
La
economía, como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una
adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero. Todo acto
económico de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el
todo; por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad
común. De hecho, cada vez se vuelve más difícil encontrar soluciones locales
para las enormes contradicciones globales, por lo cual la política local se
satura de problemas a resolver. Si realmente queremos alcanzar una sana
economía mundial, hace falta en
174Cf. COMMISSION SOCIALE DES ÉVÊQUES DE FRANCE,
Declaración Réhabiliter la politique (17 febrero
1999); PÍO XI, Mensaje, 18 diciembre
1927.
175 BENEDICTO
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101
(2009), 642.
estos
momentos de la historia un modo más eficiente de interacción que, dejando a
salvo la soberanía de las naciones, asegure el bienestar económico de todos los
países y no sólo de unos pocos.
207.
Cualquier
comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin
ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con
dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución,
aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará
sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con
reuniones infecundas o con discursos vacíos.
208. Si alguien se siente ofendido por mis
palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones,
lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la
de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que
están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta,
puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de
pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta
tierra.
Cuidar
la fragilidad
209.
Jesús,
el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica
especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que
todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra.
Pero en el vigente modelo «exitista» y «privatista» no parece tener sentido
invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en
la vida.
210. Es indispensable prestar atención
para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos
llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte
beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los
refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y
abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío particular por ser
Pastor de una
Iglesia
sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a
una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad
local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las
ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y
que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las
ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que
conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!
211. Siempre me angustió la situación de
los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se
escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn
4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada
día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que
utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque
no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de
complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado
este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre
debido a la complicidad cómoda y muda.
212.
Doblemente
pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia,
porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus
derechos. Sin embargo, también entre ellas encontramos constantemente los más
admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la
fragilidad de sus familias.
213. Entre esos débiles, que la Iglesia
quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los
más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su
dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la
vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo.
Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de
sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y
conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente
ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la
convicción
de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y
en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para
resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos
sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían
sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola
razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida
humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad
personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como
ofensa al Creador del hombre».176
214. Precisamente porque es una cuestión
que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la
persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta
cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto
sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender
resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que
hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran
en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida
solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en
ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema
pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?
215.
Hay
otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los
intereses económicos o de un uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la
creación. Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las
demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan
estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como
una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie
como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de
destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras
generaciones.177 En
176 JUAN PABLO II, Exhort.
ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 37: AAS
81 (1989), 461.
177 Cf. Propositio 56.
este
sentido, hago propio el bello y profético lamento que hace varios años
expresaron los Obispos de Filipinas: «Una increíble variedad de insectos vivían
en el bosque y estaban ocupados con todo tipo de tareas […] Los pájaros
volaban por el aire, sus plumas brillantes y sus diferentes cantos añadían
color y melodía al verde de los bosques [...] Dios quiso esta tierra para nosotros, sus criaturas
especiales, pero no para que pudiéramos destruirla y convertirla en un páramo
[...] Después de una sola noche de lluvia, mira hacia los ríos de marrón
chocolate de tu localidad, y recuerda que se llevan la sangre viva de la tierra
hacia el mar [...] ¿Cómo van a poder nadar los peces en alcantarillas como el
río Pasig y tantos otros ríos que hemos contaminado? ¿Quién ha convertido el
maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de
color?».178
216.
Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los
cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en
que vivimos.
III.
El bien común y la paz social
217.
Hemos
hablado mucho sobre la alegría y sobre el amor, pero la Palabra de Dios
menciona también el fruto de la paz (cf. Ga 5,22).
218.
La
paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de
violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería
una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización
social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que
gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin
sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones
sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión
social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el
pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una
minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima
de la
178 CATHOLIC BISHOPS CONFERENCE OF
THE PHILIPPINES, Carta
pastoral What is Happening to our
Beautiful Land? (29
enero 1988).
tranquilidad de algunos que no
quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es
necesaria una voz profética.
219.
La
paz tampoco «se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre
precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de
un orden querido por Dios, que comporta una justicia
más
perfecta entre los hombres».179
En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de
todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de
variadas formas de violencia.
220. En cada nación, los habitantes
desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos
responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas
dominantes. Recordemos que «el ser ciudadano fiel es una virtud y la
participación en la vida política
es
una obligación moral».180 Pero convertirse en pueblo es
todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación
se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y
aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una
pluriforme armonía.
221.
Para
avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay
cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad
social. Brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia,
los cuales constituyen «el primer y fundamental parámetro de referencia para la
interpretación y la valoración
de
los fenómenos sociales».181 A la luz de ellos, quiero proponer
ahora estos cuatro principios que orientan específicamente el desarrollo de la
convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se
armonicen en un proyecto común. Lo hago con la convicción de que su aplicación
puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo
entero.
El
tiempo es superior al espacio
179 PABLO
VI, Carta enc. Populorum Progressio (26 marzo 1967), 76: AAS 59
(1967), 294-295.
180 UNITED STATES CONFERENCE OF
CATHOLIC
BISHOPS, Carta pastoral Forming
Consciences for
Faithful Citizenship (2007), 13.
181 PONTIFICIO
CONSEJO «JUSTICIA
Y PAZ»,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 161.
222.
Hay
una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la
voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El
«tiempo», ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión
del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive
en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del
momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al
futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para
avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.
223.
Este
principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados
inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o
los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación
a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno
de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste
en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos.
Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el
presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y
autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle
prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer
espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma
en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se
trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad
e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que
fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero
sí convicciones claras y tenacidad.
224.
A
veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente
por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados
inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no
construyen la plenitud humana. La historia los juzgará quizás con aquel
criterio que enunciaba Romano Guardini: «El único patrón para valorar con acierto
una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una
auténtica razón de ser
la
plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades
de dicha época».182
225.
Este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener
presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo. El Señor
mismo en su vida mortal dio a entender muchas veces a sus discípulos que había
cosas que no podían comprender todavía y que era necesario esperar al Espíritu
Santo (cf. Jn 16,12-13). La parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt
13,24-30) grafica un aspecto importante de la evangelización que consiste en
mostrar cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la
cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el
tiempo.
La
unidad prevalece sobre el conflicto
226. El conflicto no puede ser ignorado o
disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos
perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada.
Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la
unidad profunda de la realidad.
227.
Ante
el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara,
se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera
en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las
instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se
vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse
ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo
en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt
5,9).
228.
De
este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que
sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la
superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad
más profunda.
Por eso hace
falta postular un
principio que es
182
Das Ende der Neuzeit, Würzburg 91965,
41-42.
indispensable
para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. La
solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así
en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos,
las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra
nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el
otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.
229. Este criterio evangélico nos recuerda
que Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y
eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y
reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz» (Ef
2,14). El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y la paz
corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos. La paz
es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente
«haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1,20). Pero si
vamos al fondo de estos textos bíblicos, tenemos que llegar a descubrir que el
primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta pacificación en las
diferencias es la propia interioridad, la propia vida siempre amenazada por la
dispersión
dialéctica.183 Con corazones rotos en miles de
fragmentos será difícil construir una auténtica paz social.
230. El anuncio de paz no es el de una paz
negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las
diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis.
La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de
reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una
«diversidad reconciliada», como bien enseñaron los Obispos del Congo: «La
diversidad de nuestras etnias es una riqueza [...] Sólo con la unidad, con la
conversión de los corazones y con la reconciliación podremos hacer avanzar
nuestro país».184
183 Cf. I. QUILES, S.I., Filosofía de la educación personalista,
Buenos Aires 1981, 46-53.
184 COMITÉ PERMANENT DE LA CONFÉRENCE EPISCOPALE
NATIONALE DU CONGO,
Message sur la situation
sécuritaire dans le pays (5 diciembre 2012), 11.
La
realidad es más importante que la idea
231.
Existe
también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad
simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo
constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es
peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De
ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la
idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos
angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos
declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos
ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.
232.
La
idea –las elaboraciones conceptuales– está en función de la captación, la
comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad
origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o
definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el
razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa.
De otro modo, se manipula la verdad,
así
como se suplanta la gimnasia por la cosmética.185 Hay políticos –e incluso dirigentes
religiosos– que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue,
si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se
instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la
retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una
racionalidad ajena a la gente.
233. La realidad es superior a la idea.
Este criterio hace a la encarnación de la Palabra y a su puesta en práctica:
«En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que
Jesucristo ha venido en carne es de Dios» (1 Jn 4,2). El criterio de
realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es
esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar la historia de
la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros santos que
inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger la rica
tradición bimilenaria de la Iglesia, sin
185 Cf. PLATÓN, Gorgias, 465.
pretender
elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos
inventar el Evangelio. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en
práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa
Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra,
es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y
gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo.
El
todo es superior a la parte
234.
Entre
la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta
prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo
tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies
sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos
extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y
globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos
artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos
programados; otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños
localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse
interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de
sus límites.
235. El todo es más que la parte, y
también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse
demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la
mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que
hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra
fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en
lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo,
una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad,
cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre
nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula
ni la parcialidad aislada que esteriliza.
236. El modelo no es la esfera, que no es
superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay
diferencias entre unos y otros. El
modelo es el poliedro, que refleja la
confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad.
Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese
poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus
proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser
cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es
la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia
peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien
común que verdaderamente incorpora a todos.
237. A los cristianos, este principio
nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos
transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y
a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos. La mística popular
acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna en expresiones de oración, de
fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta. La Buena Noticia es la alegría
de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos. Así brota la
alegría en el Buen Pastor que encuentra la oveja perdida y la reintegra a su
rebaño. El Evangelio es levadura que fermenta toda la masa y ciudad que brilla
en lo alto del monte iluminando a todos los pueblos. El Evangelio tiene un
criterio de totalidad que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia
hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las
dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa
del Reino. El todo es superior a la parte.
IV. El diálogo social como contribución a la paz
238. La evangelización también
implica un camino de diálogo. Para la Iglesia, en este tiempo hay
particularmente tres campos de diálogo en los cuales debe estar presente, para
cumplir un servicio a favor del pleno desarrollo del ser humano y procurar el
bien común: el diálogo con los Estados, con la sociedad –que incluye el diálogo
con las culturas y con las ciencias– y con otros creyentes que no forman parte
de la Iglesia católica.
En
todos los casos «la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe»,186 aporta su experiencia de dos mil
años y conserva siempre en la memoria las vidas y sufrimientos de los seres
humanos. Esto va más allá de la razón humana, pero también tiene un significado
que puede enriquecer a los que no creen e invita a la razón a ampliar sus
perspectivas.
239. La Iglesia proclama «el evangelio de
la paz» (Ef 6,15) y está abierta a la colaboración con todas las
autoridades nacionales e internacionales para cuidar este bien universal tan
grande. Al anunciar a Jesucristo, que es la paz en persona (cf. Ef
2,14), la nueva evangelización anima a todo bautizado a ser instrumento de
pacificación y testimonio creíble de una
vida
reconciliada.187 Es hora de saber cómo diseñar, en
una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de
consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad
justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de
este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un
grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o
una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo.
Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural.
240. Al Estado compete el cuidado y la promoción del bien común
de la
sociedad.188 Sobre la base de los principios de
subsidiariedad y solidaridad, y con un gran esfuerzo de diálogo político y
creación de consensos, desempeña un papel fundamental, que no puede ser
delegado, en la búsqueda del desarrollo integral de todos. Este papel,
en las circunstancias actuales, exige una profunda humildad social.
241.
En
el diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones para
todas las cuestiones particulares. Pero junto con las diversas fuerzas sociales,
acompaña las propuestas que mejor respondan a la dignidad de la persona humana
y al bien común. Al hacerlo, siempre propone con claridad los valores
fundamentales de la existencia humana,
186 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana (21 diciembre 2012):
AAS 105 (2013), 51.
187 Cf. Propositio 14.
188
Cf.
Catecismo de la Iglesia católica, 1910; PONTIFICIO
CONSEJO «JUSTICIA
Y PAZ»,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 168.
para transmitir convicciones que
luego puedan traducirse en acciones políticas.
El
diálogo entre la fe, la razón y las ciencias
242. El diálogo entre
ciencia y fe
también es parte
de la acción
evangelizadora
que pacifica.189 El cientismo y el positivismo se
rehúsan a «admitir como válidas las formas de conocimiento diversas de las
propias
de
las ciencias positivas».190 La Iglesia propone otro camino, que
exige una síntesis entre un uso responsable de las metodologías propias de las
ciencias empíricas y otros saberes como la filosofía, la teología, y la misma
fe, que eleva al ser humano hasta el misterio que trasciende la naturaleza y la
inteligencia humana. La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca
y confía en ella, porque «la luz de la razón y la de la fe provienen
ambas
de Dios»,191 y no pueden contradecirse entre sí.
La evangelización está atenta a los avances científicos para iluminarlos con la
luz de la fe y de la ley natural, en orden a procurar que respeten siempre la
centralidad y el valor supremo de la persona humana en todas las fases de su
existencia. Toda la sociedad puede verse enriquecida gracias a este diálogo que
abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las posibilidades de la razón.
También éste es un camino de armonía y de pacificación.
243. La Iglesia no pretende detener el
admirable progreso de las ciencias. Al contrario, se alegra e incluso disfruta
reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana. Cuando el
desarrollo de las ciencias, manteniéndose con rigor académico en el campo de su
objeto específico, vuelve evidente una determinada conclusión que la razón no
puede negar, la fe no la contradice. Los creyentes tampoco pueden pretender que
una opinión científica que les agrada, y que ni siquiera ha sido
suficientemente comprobada, adquiera el peso de un dogma de fe. Pero, en
ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina
y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la
propia ciencia. En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una
189 Cf. Propositio 54.
190 JUAN
PABLO II, Carta enc. Fides et
ratio (14 septiembre 1998), 88: AAS 91 (1999), 74.
191 SANTO
TOMÁS DE AQUINO, Summa contra Gentiles, I,
VII; cf. JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et ratio
(14 septiembre 1998), 43: AAS 91 (1999), 39.
determinada ideología que cierra el
camino a un diálogo auténtico, pacífico y fructífero.
El
diálogo ecuménico
244. El empeño ecuménico responde a la
oración del Señor Jesús que pide «que todos sean uno» (Jn 17,21). La
credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor si los cristianos
superaran sus divisiones y la Iglesia realizara «la plenitud de catolicidad que
le es propia, en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el
Bautismo, están, sin embargo,
separados
de su plena comunión».192 Tenemos que recordar siempre que
somos peregrinos, y peregrinamos juntos. Para eso hay que confiar el corazón al
compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas, y mirar ante todo lo que
buscamos: la paz en el rostro del único Dios. Confiarse al otro es algo
artesanal, la paz es artesanal. Jesús nos dijo: «¡Felices los que trabajan por
la paz!» (Mt 5,9). En este empeño, también entre nosotros, se cumple la
antigua profecía: «De sus espadas forjarán arados» (Is 2,4).
245. Bajo esta luz, el ecumenismo es un
aporte a la unidad de la familia humana. La presencia en el Sínodo del
Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, y del Arzobispo de
Canterbury, Su Gracia Rowan Douglas Williams, fue un verdadero don de Dios y un
precioso testimonio cristiano.193
246.
Dada
la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente
en Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los
misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y
burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos
concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la
jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes
de anuncio, de servicio y de testimonio. La inmensa multitud que no ha acogido
el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes. Por lo tanto, el
empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja
192 CONC.
ECUM.
VAT.
II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 4.
193 Cf. Propositio 52.
de
ser mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino
ineludible de la evangelización. Los signos de división entre los cristianos en
países que ya están destrozados por la violencia agregan más motivos de
conflicto por parte de quienes deberíamos ser un atractivo fermento de paz. ¡Son tantas y
tan valiosas las cosas que nos unen! Y si realmente creemos en la libre y generosa acción del
Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de
recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo
que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros. Sólo
para dar un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos
tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad
episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. A través de un intercambio
de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien.
Las
relaciones con el Judaísmo
247. Una mirada muy especial se dirige al
pueblo judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada, porque «los dones y
el llamado de Dios son irrevocables» (Rm 11,29). La Iglesia, que
comparte con el Judaísmo una parte importante de las Sagradas Escrituras,
considera al pueblo de la Alianza y su fe como una raíz sagrada de la propia
identidad cristiana (cf. Rm 11,16-18). Los cristianos no podemos
considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a los
judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero
Dios (cf. 1 Ts 1,9). Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa
en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada.
248. El diálogo y la amistad con los hijos
de Israel son parte de la vida de los discípulos de Jesús. El afecto que se ha
desarrollado nos lleva a lamentar sincera y amargamente las terribles
persecuciones de las que fueron y son objeto, particularmente aquellas que
involucran o involucraron a cristianos.
249.
Dios
sigue obrando en el pueblo de la Antigua Alianza y provoca tesoros de sabiduría
que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por
eso,
la Iglesia también se enriquece cuando recoge los valores del Judaísmo. Si bien
algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo, y la Iglesia
no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y Mesías, existe una rica
complementación que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebrea y
ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la Palabra, así como
compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y
el desarrollo de los pueblos.
El
diálogo interreligioso
250. Una actitud de apertura en la verdad
y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones
no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente
los fundamentalismos de ambas partes. Este diálogo interreligioso es una
condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para
los cristianos, así como para otras comunidades religiosas. Este diálogo es, en
primer lugar, una conversación sobre la vida humana o simplemente, como
proponen los Obispos de la India, «estar abiertos a ellos, compartiendo sus
alegrías y
penas».194 Así aprendemos a aceptar a los otros
en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse. De esta forma, podremos
asumir juntos el deber de servir a la justicia y la paz, que deberá convertirse
en un criterio básico de todo intercambio. Un diálogo en el que se busquen la
paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente pragmático,
un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales. Los esfuerzos en
torno a un tema específico pueden convertirse en un proceso en el que, a través
de la escucha del otro, ambas partes encuentren purificación y enriquecimiento.
Por lo tanto, estos esfuerzos también pueden tener el significado del amor a la
verdad.
251. En este dialogo, siempre amable y
cordial, nunca se debe descuidar el vínculo esencial entre diálogo y anuncio,
que lleva a la Iglesia a mantener y a intensificar las relaciones con los no
cristianos.195 Un sincretismo
conciliador sería
en el fondo
un totalitarismo de
quienes pretenden
194
INDIAN BISHOPS’ CONFERENCE, Declaración
final de la XXX Asamblea: The Role of the Church for a Better India (8
marzo 2012), 8.9.
195 Cf. Propositio 53.
conciliar
prescindiendo de valores que los trascienden y de los cuales no son dueños. La
verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más
hondas, con una identidad clara y gozosa, pero «abierto a comprender las del
otro» y «sabiendo que el diálogo realmente puede enriquecer a cada uno».196 No nos sirve una apertura
diplomática, que dice que sí a todo para evitar problemas, porque sería un modo
de engañar al otro y de negarle el bien que uno ha recibido como un don para
compartir generosamente. La evangelización y el diálogo interreligioso, lejos
de oponerse, se sostienen y se alimentan recíprocamente.197
252. En esta época adquiere gran
importancia la relación con los creyentes del Islam, hoy particularmente
presentes en muchos países de tradición cristiana donde pueden celebrar
libremente su culto y vivir integrados en la sociedad. Nunca hay que olvidar
que ellos, «confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un
Dios único, misericordioso, que
juzgará
a los hombres en el día final».198
Los escritos sagrados del Islam conservan parte de las enseñanzas cristianas;
Jesucristo y María son objeto de profunda veneración y es admirable ver cómo
jóvenes y ancianos, mujeres y varones del Islam son capaces de dedicar tiempo
diariamente a la oración y de participar fielmente de sus ritos religiosos. Al
mismo tiempo, muchos de ellos tienen una profunda convicción de que la propia
vida, en su totalidad, es de Dios y para Él. También reconocen la necesidad de
responderle con un compromiso ético y con la misericordia hacia los más pobres.
253.
Para
sostener el diálogo con el Islam es indispensable la adecuada formación de los
interlocutores, no sólo para que estén sólida y gozosamente radicados en su
propia identidad, sino para que sean capaces de reconocer los valores de los
demás, de comprender las inquietudes que subyacen a sus reclamos y de sacar a
luz las convicciones comunes. Los cristianos deberíamos acoger con afecto y
respeto a los inmigrantes del Islam que llegan a nuestros países, del mismo
modo que esperamos y
196 JUAN
PABLO
II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 56: AAS 83
(1991), 304.
197
Cf.
BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana
(21 dicembre 2012): AAS 105 (2013), 51; CONC.
ECUM. VAT. II, Decreto Ad gentes, sobre
la actividad misionera de la Iglesia, 9; Catecismo de la Iglesia
católica, 856.
198 CONC. ECUM. VAT. II, Const.
dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 16.
rogamos ser acogidos y respetados
en los países de tradición islámica. ¡Ruego, imploro humildemente a esos países que den
libertad a los cristianos para poder celebrar su culto y vivir su fe, teniendo
en cuenta la libertad que los creyentes del Islam gozan en los países
occidentales! Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan,
el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar
odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada
interpretación del Corán se oponen a toda violencia.
254.
Los no cristianos, por la gratuita iniciativa divina, y fieles a su conciencia,
pueden vivir «justificados mediante la gracia de Dios»,199 y así «asociados al misterio pascual
de Jesucristo».200 Pero, debido a la dimensión
sacramental de la gracia santificante, la acción divina en ellos tiende a
producir signos, ritos, expresiones sagradas que a su vez acercan a otros a una
experiencia comunitaria de camino hacia Dios.201 No tienen el sentido y la eficacia
de los Sacramentos instituidos por Cristo, pero pueden ser cauces que el mismo
Espíritu suscite para liberar a los no cristianos del inmanentismo ateo o de
experiencias religiosas meramente individuales. El mismo Espíritu suscita en
todas partes diversas formas de sabiduría práctica que ayudan a sobrellevar las
penurias de la existencia y a vivir con más paz y armonía. Los cristianos
también podemos aprovechar esa riqueza consolidada a lo largo de los siglos,
que puede ayudarnos a vivir mejor nuestras propias convicciones.
El
diálogo social en un contexto de libertad religiosa
255.
Los Padres sinodales recordaron la importancia del respeto a la libertad
religiosa, considerada como un derecho humano fundamental.202 Incluye «la libertad de elegir la
religión que se estima verdadera y de manifestar públicamente la propia
creencia».203 Un sano pluralismo, que de verdad
respete a los diferentes y los valore como tales, no implica una
199 COMISIÓN
TEOLÓGICA INTERNACIONAL, El cristianismo y las religiones (1996), 72.
200 Ibíd.
201 Cf. ibíd., 81-87.
202 Cf. Propositio 16.
203 BENEDICTO
XVI, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Medio Oriente (14 septiembre
2012), 26: AAS 104 (2012), 762.
privatización
de las religiones, con la pretensión de reducirlas al silencio y la oscuridad de
la conciencia de cada uno, o a la marginalidad del recinto cerrado de los
templos, sinagogas o mezquitas. Se trataría, en definitiva, de una nueva forma
de discriminación y de autoritarismo. El debido respeto a las minorías de
agnósticos o no creyentes no debe imponerse de un modo arbitrario que silencie
las convicciones de mayorías creyentes o ignore la riqueza de las tradiciones
religiosas. Eso a la larga fomentaría más el resentimiento que la tolerancia y
la paz.
256. A la hora de preguntarse por la
incidencia pública de la religión, hay que distinguir diversas formas de
vivirla. Tanto los intelectuales como las notas periodísticas
frecuentemente caen en groseras y poco académicas generalizaciones cuando
hablan de los defectos de las religiones y muchas veces no son capaces de
distinguir que no todos los creyentes –ni todas las autoridades religiosas– son
iguales. Algunos
políticos aprovechan esta confusión para justificar acciones discriminatorias.
Otras veces se desprecian los escritos que han surgido en el ámbito de una
convicción creyente, olvidando que los textos religiosos clásicos pueden
ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que
abre siempre nuevos horizontes, estimula el pensamiento, amplía la mente y la
sensibilidad. Son despreciados por la cortedad de vista de los racionalismos.
¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad, sólo por haber surgido en el
contexto de una creencia religiosa? Incluyen principios profundamente
humanistas que tienen un valor racional aunque estén teñidos por símbolos y
doctrinas religiosas.
257.
Los
creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de
alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la
belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios. Los
percibimos como preciosos aliados en el empeño por la defensa de la dignidad
humana, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en
la custodia de lo creado. Un espacio peculiar es el de los llamados nuevos Areópagos,
como el «Atrio de los Gentiles», donde «creyentes y no creyentes pueden
dialogar sobre los temas fundamentales de la ética, del arte y de la ciencia, y
sobre la
búsqueda de la trascendencia».204 Éste también es un camino de paz
para nuestro mundo herido.
258. A partir de algunos temas
sociales, importantes en orden al futuro de la humanidad, procuré explicitar
una vez más la ineludible dimensión social del anuncio del Evangelio, para
alentar a todos los cristianos a manifestarla siempre en sus palabras,
actitudes y acciones.
204
Propositio 55.
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