EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA
EVANGELII
GAUDIUM
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y
A LOS FIELES LAICOS SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO ACTUAL
INDICE
I. Alegría que se renueva y se comunica [2-8]
II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar [9-13]
Una
eterna novedad [11-13]
III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe
[14-18]
Propuesta
y límites de esta Exhortación [16-18]
Capítulo
primero
La
transformación misionera de la Iglesia
I. Una Iglesia en salida [20-24]
Primerear,
involucrarse, acompañar, fructificar y festejar [24]
II. Pastoral en conversión [25-33]
Una
impostergable renovación eclesial [27-33]
III. Desde el corazón del Evangelio [34-39]
IV. La misión que se encarna en los límites humanos
[40-45]
V. Una madre de corazón abierto [46-49]
Capítulo
segundo
En
la crisis del compromiso comunitario
I. Algunos desafíos del mundo actual [52-75]
No a una economía de la exclusión [53-54] No a la nueva idolatría
del dinero [55-56]
No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58] No a la inequidad que genera violencia [59-60]
Algunos desafíos culturales [61-67]
Desafíos de la inculturación de la fe [68-70] Desafíos de las culturas
urbanas [71-75]
II. Tentaciones de los agentes pastorales [76-109]
í
al desafío de una espiritualidad misionera [78-80]
No
a la acedia egoísta [81-83]
No al pesimismo estéril [84-86]
Sí
a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92]
No
a la mundanidad espiritual [93-97]
No a la guerra entre nosotros [98-101]
Otros
desafíos eclesiales [102-109]
Capítulo
tercero
El
anuncio del Evangelio
I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134]
Un
pueblo para todos [112-114]
Un pueblo con muchos rostros [115 -118] Todos somos discípulos
misioneros [119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad
popular [122-126]
Persona a persona [127-129]
Carismas al servicio de la comunión
evangelizadora [130-131]
Cultura, pensamiento y educación [132-134]
II. La homilía [135-144]
El
contexto litúrgico [137-138]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras
que hacen arder los corazones [142-144]
III. La preparación de la predicación [145-159]
El
culto a la verdad [146-148]
La personalización de la Palabra [149-151]
La
lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos
pedagógicos [156-159]
IV. Una evangelización para la profundización del kerygma
[160-175]
Una
catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
El acompañamiento personal de los
procesos de crecimiento [169-173]
En torno a la Palabra de Dios [174-175]
Capítulo
cuarto
La
dimensión social de la evangelización
I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma
[177-185]
Confesión de la fe y compromiso
social [178-179]
El Reino que nos reclama [180-181]
La
ensezanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185]
II. La inclusión social de los pobres [186-216]
Unidos a Dios escuchamos un clamor [187-192] Fidelidad al Evangelio
para no correr en vano [193-196]
El lugar privilegiado de los pobres
en el pueblo de Dios [197-201]
Economía y distribución del ingreso [202-208]
Cuidar
la fragilidad [209-216]
III. El bien común y la paz social [217-237]
El
tiempo es superior al espacio [222-225]
La
unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]
La realidad es más importante que la idea [231-233]
El
todo es superior a la parte [234-237]
IV. El diálogo social como contribución a la paz [238-258]
El diálogo entre la fe, la razón y
las ciencias [242-243]
El diálogo ecuménico [244-246]
Las relaciones con el Judaísmo [247-249] El diálogo
interreligioso [250-254]
El
diálogo social en un contexto de libertad religiosa [255-258]
Capítulo
quinto
Evangelizadores
con Espíritu
I. Motivaciones para un renovado impulso misionero
[262-283]
El encuentro personal con el amor de
Jesús que nos salva [264-267]
El gusto espiritual de ser pueblo [268-274]
La acción misteriosa del Resucitado y
de su Espíritu [275-280]
La fuerza misionera de la intercesión [281-283]
II. María, la Madre de la evangelización [284-288]
El
regalo de Jesús a su pueblo [285-286]
La
Estrella de la nueva evangelización [287-288]
1. LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
I.
Alegría que se renueva y se comunica
2. El gran riesgo del mundo actual, con
su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que
brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en
los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los
pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su
amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también
corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en
seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y
plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el
Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3.
Invito
a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar
ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la
decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No
hay razón para que alguien piense que esta
invitación no es para él, porque
«nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor».1 Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando
alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada
con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor,
me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra
vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor,
acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver
a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de
perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia.
Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da
ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros
una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor
infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza
hacia adelante!
4. Los libros del Antiguo Testamento
habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en
los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado
saludándolo con regocijo: «Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo»
(9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos
de gozo y de júbilo!» (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el
profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: «Súbete a un alto
monte, alegre mensajero para Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero
para Jerusalén» (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la
salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos
de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha
compadecido» (49,13).
Zacarías, viendo el día del Señor,
invita a dar vítores al Rey que llega «pobre y montado en un borrico»: «¡Exulta
sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y
victorioso!» (Za 9,9).
1 PABLO VI, Exhort. ap. Gaudete in Domino
(9 mayo 1975), 22: AAS 67 (1975), 297.
Pero
quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos
muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere
comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto:
«Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te
renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17). Es
la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana,
como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la
medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día»
(Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas
palabras!
5.
El
Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a
la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María
(Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en
el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi
espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando
Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado
a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el
Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho
estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena»
(Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón
rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra
tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a
veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn
16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20).
El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad
«tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban,
había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se
llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su
camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia por haber creído
en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?
6.
Hay
cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco
que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias
de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
transforma,
y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza
personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas
que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir,
pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a
despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores
angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo
traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha
acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande
es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm
3,17.21-23.26).
7. La tentación aparece frecuentemente
bajo forma de excusas y reclamos, como si debieran darse innumerables
condiciones para que sea posible la alegría. Esto suele suceder porque «la
sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero
encuentra muy difícil engendrar la
alegría».2 Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he
visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué
aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de
grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente,
desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente
del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo. No me
cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro
del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una
gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da
un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».3
8. Sólo gracias a ese encuentro –o
reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos
rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos
a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a
Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más
verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si
alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede
contener el deseo
2 Ibíd., 8:
AAS 67 (1975), 292.
3 Carta enc. Deus caritas est
(25 diciembre 2005), 1: AAS 98 (2006), 217.
de
comunicarlo a otros?
II.
La dulce y confortadora alegría de evangelizar
9.
El
bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de
belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una
profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los
demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera
vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y
buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san
Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no
anunciara el Evangelio!» (1 Co 9,16).
10.
La
propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida
se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho,
los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y
se apasionan en la misión de comunicar vida a
los
demás».4 Cuando la Iglesia convoca a la tarea
evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo
de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad:
que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los
otros. Eso
es
en definitiva la misión».5 Por consiguiente, un evangelizador
no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el
fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que
sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con
angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través
de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a
través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han
recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».6
4 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Aparecida,
360.
5 Ibíd.
6 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 80: AAS
68 (1976), 75.
Una
eterna novedad
11. Un anuncio renovado ofrece a los
creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y
una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el
mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él
hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor,
subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse»
(Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el
mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su
hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad.
La Iglesia no deja de asombrarse por «la profundidad de la riqueza, de la
sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san Juan de la
Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa,
que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede
entrar
más adentro».7 O bien, como afirmaba san Ireneo:
«[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad».8 Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y
nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales,
la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los
esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su
constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y
recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos
creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas
de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica
acción evangelizadora es siempre «nueva».
12.
Si
bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla
como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de
lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y
el
más grande evangelizador».9 En cualquier forma de evangelización
el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e
impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que
7 Cántico espiritual,
36, 10.
8
Adversus haereses, IV, c. 34,
n. 1: PG 7, 1083: «Omnem novitatem attulit, semetipsum afferens».
9 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 7: AAS 68
(1976), 9.
Dios mismo misteriosamente quiere
producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de
mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la
iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es
Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite
conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma
nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo.
13. Tampoco deberíamos entender la
novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva
que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria es una dimensión de
nuestra fe que podríamos llamar «deuteronómica», en analogía con la memoria de
Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que
nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría
evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es
una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en
que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn
1,39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente «una verdadera nube de
testigos» (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que
incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente:
«Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios» (Hb
13,7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron en
la vida de la fe: «Tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvieron
tu abuela Loide y tu madre Eunice» (2 Tm 1,5). El creyente es
fundamentalmente «memorioso».
III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe
14. En la escucha del Espíritu, que
nos ayuda a reconocer comunitariamente los signos de los tiempos, del 7 al 28
de octubre de 2012 se celebró la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de
los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la
fe cristiana. Allí se recordó que la nueva evangelización convoca a todos y
se realiza fundamentalmente en tres ámbitos.10
En primer lugar, mencionemos el
10 Cf. Propositio
7.
ámbito
de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para
encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y
que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida
eterna».11 También se incluyen en este ámbito
los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, expresándola de
diversas maneras, aunque no participen frecuentemente del culto. Esta pastoral
se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez
mejor y con toda su vida al amor de Dios.
En
segundo lugar, recordemos el ámbito de «las personas bautizadas que no
viven las exigencias del Bautismo»,12 no
tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el
consuelo de la fe. La Iglesia, como madre siempre atenta, se empeña para que
vivan una conversión que les devuelva la alegría de la fe y el deseo de
comprometerse con el Evangelio.
Finalmente,
remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la
proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o
siempre lo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios secretamente,
movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de antigua tradición
cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos
tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una
nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte
bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino
«por atracción».13
15.
Juan Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la
solicitud por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la
tarea primordial de la Iglesia».14 La
actividad misionera «representa aún hoy día el mayor desafío para
la Iglesia»15 y «la causa misionera debe ser la
primera».16 ¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas
palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma
de toda obra de la Iglesia. En esta línea, los Obispos
11 BENEDICTO
XVI, Homilía durante la Santa Misa conclusiva de la XIII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos (28 octubre 2012): AAS 104
(2012), 890.
12 Ibíd.
13 BENEDICTO
XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en el Santuario de «La
Aparecida» (13 mayo 2007): AAS
99 (2007), 437.
14 Carta enc. Redemptoris missio
(7 diciembre 1990), 34: AAS 83 (1991), 280.
15 Ibíd., 40: AAS 83 (1991), 287.
16 Ibíd., 86: AAS 83 (1991), 333.
latinoamericanos
afirmaron que ya «no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros
templos»17 y que hace falta pasar «de una
pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera».18 Esta tarea sigue siendo la fuente de
las mayores alegrías para la Iglesia: «Habrá más gozo en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse» (Lc 15,7).
Propuesta
y límites de esta Exhortación
16. Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de
redactar esta
Exhortación.19 Al hacerlo, recojo la riqueza de los
trabajos del Sínodo. También he consultado a diversas personas, y procuro
además expresar las preocupaciones que me mueven en este momento concreto de la
obra evangelizadora de la Iglesia. Son innumerables los temas relacionados con
la evangelización en el mundo actual que podrían desarrollarse aquí. Pero he
renunciado a tratar detenidamente esas múltiples cuestiones que deben ser
objeto de estudio y cuidadosa profundización. Tampoco creo que deba esperarse
del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las
cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa
reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las
problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la
necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».
17.
Aquí
he optado por proponer algunas líneas que puedan alentar y orientar en toda la
Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo. Dentro de
ese marco, y en base a la doctrina de la Constitución dogmática Lumen
gentium, decidí, entre otros temas, detenerme largamente en las siguientes
cuestiones:
a) La
reforma de la Iglesia en salida misionera. b) Las tentaciones de los
agentes pastorales.
c)
La Iglesia entendida como la
totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza. d) La homilía y su
preparación.
e) La
inclusión social de los pobres.
17 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Aparecida,
548.
18 Ibíd., 370.
19 Cf. Propositio 1.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.
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