¿ES LA IGLESIA UN
HOSPITAL DE CAMPAÑA?
El papa Benedicto
XVI, al anunciar su renuncia al pontificado, describía un mundo actual sometido
a rápidos cambios y agitado por unas cuestiones de enorme importancia para la
vida de fe, que reclaman gran vigor de cuerpo y alma. Pregunto al Papa, también
a la luz de lo que acaba de decir: “¿De qué tiene la Iglesia mayor necesidad en
este momento histórico? ¿Hacen falta reformas? ¿Cuáles serían sus deseos para
la Iglesia de los próximos años? ¿Qué Iglesia ‘sueña’?”. El papa Francisco,
refiriéndose al comienzo de mi pregunta, comienza diciendo: “El papa Benedicto
realizó un acto de santidad, de grandeza y de humildad. Es un hombre de Dios”.
Mostrando así un gran afecto y gran estima por su predecesor.
“Veo con claridad
–prosigue– que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una
capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía,
proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué
inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay
que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar
heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental”. “La Iglesia a veces se ha
dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más
importante es el anuncio primero: ‘¡Jesucristo te ha salvado!’. Y los ministros
de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia. Por ejemplo, el
confesor corre siempre peligro de ser o demasiado rigorista o demasiado laxo.
Ninguno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos se hace de
verdad cargo de la persona. El rigorista se lava las manos y lo remite a lo que
está mandado. El laxo se lava las manos diciendo simplemente ‘esto no es
pecado’ o algo semejante. A las personas hay
que acompañarlas, las heridas necesitan curación”. “¿Cómo estamos
tratando al pueblo de Dios? Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los
ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las
personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a
su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande
que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es
decir, vienen después. La
primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben
ser personas capaces de caldera el corazón de las personas, de caminar con
ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su
oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios
‘clérigos de despacho’. Los obispos, especialmente, han de ser hombres capaces
de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo, de modo que nadie quede
atrás, así como de acompañar al rebaño, con su olfato para encontrar veredas
nuevas”.
“En lugar de ser
solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas,
busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir
de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella,
hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones
que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero
es necesario tener audacia y valor”.
Recojo lo que está
diciendo el Santo Padre para hablar de aquellos cristianos que viven
situaciones irregulares para la Iglesia, o diversas situaciones complejas;
cristianos que, de un modo o de otro, mantienen heridas abiertas. Pienso en los divorciados vueltos a casar, en parejas homosexuales y en
otras situaciones difíciles. ¿Cómo hacer pastoral misionera en estos casos? ¿Dónde
encontrar un punto de apoyo? El Papa da a entender con un gesto que ha
comprendido lo que quiero decirle y me responde. “Tenemos que anunciar el
Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando,
también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad. En
Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos
‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha
condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Durante el vuelo en que
regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena
voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho
lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus
propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha
hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una
vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad.
Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una
persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la
condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el
misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro
deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con
misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la
palabra oportuna”.
“Esta es la grandeza
de la confesión: que se evalúa caso a caso, que se puede discernir qué es lo
mejor para una persona que busca a Dios y su gracia. El confesionario no es una
sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja
a hacer lo mejor que podamos. Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene
a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto.
Después de
aquello esta mujer se
ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa
enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida
cristiana. ¿Qué hace el confesor?”. “No podemos seguir insistiendo solo en
cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de
anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho
de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de
estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la
opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar
hablando de estas cosas sin cesar”.
“Las enseñanzas de la
Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral
misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de
doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en
lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y
atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús”.
“Tenemos, por tanto,
que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de
la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la
frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más
sencilla, más profunda e irradiante. Solo de esta propuesta surgen luego las
consecuencias morales”. “Digo esto pensando también en la predicación y en los
contenidos de nuestra predicación. Una buena homilía, una verdadera homilía,
debe comenzar con el primer anuncio, con el anuncio de la salvación. No hay
nada más sólido, profundo y seguro que este anuncio. Después vendrá una catequesis.
Después se podrá extraer alguna consecuencia moral. Pero el anuncio del amor
salvífico de Dios es previo a la obligación moral y religiosa.
Hoy parece a veces
que prevalece el orden inverso. La homilía es la piedra de toque si se quiere
medir la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo, porque el que
predica tiene que reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde
permanece vivo y ardiente el deseo de Dios. Por eso el mensaje evangélico no
puede quedar reducido a algunos aspectos que, aun siendo importantes, no manifiestan
ellos solos el corazón de la enseñanza de Jesús”.
EL PRIMER PAPA
RELIGIOSO DESPUÉS DE 182 AÑOS…
El papa Francisco es
el primer Pontífice que proviene de una orden religiosa después del
camaldulense Gregorio XVI, elegido en 1831, hace 182 años. Así, pues, pregunto:
“¿Qué puesto específico tienen hoy en la Iglesia los religiosos y las
religiosas?”.
“Los religiosos son profetas. Son los que eligieron un modo de seguir a
Jesús que imita su
vida con la obediencia al Padre, la pobreza, la vida de comunidad y la
castidad. En este sentido, los votos no pueden acabar convirtiéndose en
caricaturas, porque cuando así sucede, por ejemplo, la vida de comunidad se
vuelve un infierno y la castidad una vida de solterones. El voto de castidad
debe ser un voto de fecundidad. En la Iglesia los religiosos son llamados
especialmente a ser profetas que dan testimonio de cómo se vive a Jesús en este
mundo, y que anuncian cómo será el Reino de Dios cuando
llegue a su
perfección. Un religioso no debe jamás renunciar a la profecía. Lo cual no
significa actitud de oposición a la parte jerárquica de la Iglesia, aunque función
profética y estructura jerárquica no coinciden. Estoy hablando de una propuesta
positiva, que no debe realizarse con temor. Pensemos en lo que han hecho tantos
grandes santos de la vida monástica, religiosos y religiosas, desde tiempos de
san Antonio Abad. Ser profeta implica, a veces, hacer ruido, no sé cómo decir…
La profecía crea alboroto, estruendo, alguno diría que crea ‘gran confusión’.
Pero en realidad su carisma es ser levadura: la profecía anuncia el espíritu
del Evangelio”.
DICASTERIOS ROMANOS,
SINODALIDAD, ECUMENISMO
Partiendo de la
alusión a la Jerarquía, en este momento pregunto al Papa: “¿Qué piensa de los
dicasterios romanos?”. “Los dicasterios romanos están al servicio del Papa y de
los obispos: tienen que ayudar a las Iglesias particulares y a las conferencias
episcopales. Son instancias de ayuda. Pero, en algunos casos, cuando no son
bien entendidos, corren peligro de convertirse en organismos de censura. Impresiona
ver las denuncias de falta de ortodoxia que llegan a Roma. Pienso que quien
debe estudiar los casos son las conferencias episcopales locales, a las que
Roma puede servir de valiosa ayuda. La verdad es que los casos se tratan mejor
sobre el terreno. Los dicasterios romanos son mediadores, no intermediarios ni
gestores”.
Recuerdo al Papa que
el pasado 29 de junio, durante la ceremonia de bendición e imposición de los
palios a los 34 arzobispos metropolitanos, definió “la vía de la sinodalidad”
como el camino que lleva a la Iglesia unida “a crecer en armonía con el
servicio del primado”. En consecuencia, mi pregunta es esta: “¿Cómo conciliar
en armonía primado petrino y solidaridad? ¿Qué caminos son practicables,
incluso con perspectiva ecuménica?”.
“Debemos caminar
juntos: la gente, los obispos y el Papa. Hay que vivir la sinodalidad a varios
niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del sínodo, porque la actual
me parece estática. Eso podrá llegar a tener valor ecuménico, especialmente con
nuestros hermanos ortodoxos. De ellos podemos aprender mucho sobre el sentido
de la colegialidad episcopal y sobre la tradición de sinodalidad. El esfuerzo
de reflexión común, observando cómo se gobernaba la Iglesia en los primeros
siglos, antes de la ruptura entre Oriente y Occidente, acabará dando frutos.
Para las relaciones ecuménicas es importante una cosa: no solo conocerse mejor,
sino también reconocer lo que el Espíritu ha ido sembrando en los otros como
don también para nosotros. Yo deseo proseguir la reflexión sobre cómo ejercer
el primado petrino que inició ya en 2007 la Comisión Mixta y que condujo a la
firma del Documento de Rávena. Hay que seguir esta vía”. Intento captar cómo ve
el Papa el futuro de la unidad de la Iglesia. Me responde: “Tenemos que caminar
unidos en las diferencias: no existe otro camino para unirnos. El camino de
Jesús es ese”.
¿Y el papel de la
mujer en la Iglesia? El Papa se ha referido más de una vez a este tema en
ocasiones diversas. En una entrevista afirmó que la presencia femenina en la
Iglesia apenas se ha hecho notar, porque la tentación del machismo no ha dejado
espacio para hacer visible el papel que corresponde a la mujer en la comunidad.
Retomó el tema durante el viaje de vuelta de Río de Janeiro, afirmando que no
se ha hecho aún una teología profunda de la mujer. Yo le pregunto: “¿Cuál debe
ser el papel de la mujer en la Iglesia? ¿Qué hacer hoy para darle una mayor
visibilidad?”. “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina
más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del ‘machismo con faldas’, porque
la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre
el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres
están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La
Iglesia no puede ser
ella misma sin la mujer y el papel que esta desempeña. La mujer es
imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los
obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es
preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay
que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Solo tras
haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia.
En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio
femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico
de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los
varios ámbitos de la
Iglesia”.
EL CONCILIO VATICANO
II
“¿Qué hizo el
Concilio Vaticano II? ¿Qué fue, en realidad?”. Le dirijo esta pregunta a la luz
de las afirmaciones que acaba de hacer, imaginando una respuesta larga y
organizada. Y, sin embargo, me da la impresión de que el Papa considerase el
Concilio un hecho tan incontestable que apenas valiera la pena dedicarle mucho
tiempo corroborando su importancia. “El Vaticano II supuso una relectura del
Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de renovación
que viene sencillamente del mismo Evangelio. Los frutos son enormes. Basta
recordar la liturgia. El trabajo de reforma litúrgica hizo un servicio al
pueblo, releyendo el Evangelio a partir de una situación histórica completa. Sí,
hay líneas de continuidad y de discontinuidad, pero una cosa es clara: la
dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia del Concilio, es
absolutamente irreversible. Luego están algunas cuestiones concretas, como la
liturgia según el Vetus Ordo. Pienso que la decisión del papa Benedicto
estuvo dictada por la prudencia, procurando ayudar a algunas personas que
tienen esa sensibilidad particular.
Lo que considero
preocupante es el peligro de ideologización, de instrumentalización del Vetus
Ordo”.
BUSCAR Y ENCONTRAR A DIOS EN TODAS LAS COSAS
El discurso del papa
Francisco se inclina hacia la apertura cuando habla de los desafíos que
afrontamos hoy. Hace algunos años escribía que para ver la realidad hace falta
una mirada de fe, porque si no, se contempla una realidad fragmentada,
dividida. Este sería uno de los temas de la encíclica Lumen fidei. Tengo
presente algunos pasajes de los discursos del papa Francisco durante la Jornada
Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Se los cito: “Dios es real, si se
manifiesta en nuestro hoy”; “Dios está en todas partes”. Son frases que se hacen
eco de la expresión ignaciana “buscar y encontrar a Dios en todas las cosas”.
Le pregunto al Papa:
“Santidad, ¿cómo se hace para buscar y encontrar a Dios en todas las cosas?”. “Lo
que dije en Río tiene un valor temporal. Es verdad que tenemos la tentación de
buscar a Dios en el pasado o en lo que creemos que puede darse en el futuro.
Dios está ciertamente en el pasado porque está en las huellas que ha ido
dejando. Y está también en el futuro como promesa. Pero el Dios ‘concreto’, por
decirlo así, es hoy. Por eso las lamentaciones jamás nos ayudan a
encontrar a Dios. Las lamentaciones que se oyen hoy sobre cómo va este mundo
‘bárbaro’ acaban generando en la Iglesia deseos de orden, entendido como pura
conservación, como defensa. No: hay que encontrar a Dios en nuestro hoy”. “Dios
se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. Es el tiempo el que
inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo,
en los procesos en curso. No hay que dar preferencia a los espacios de poder
frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos. Lo nuestro es poner en
marcha procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y
está presente en los procesos de la historia. Esto nos hace preferir las acciones
que generan dinámicas nuevas. Y exige paciencia y espera”. “Encontrar a Dios en
todas las cosas no es un eureka empírico. En el
fondo, cuando
deseamos encontrar a Dios nos gustaría constatarlo inmediatamente por medios
empíricos. Pero así no se encuentra a Dios. Se le encuentra en la brisa ligera
de Elías. Los sentidos capaces de percibir a Dios son los que Ignacio llama
‘sentidos espirituales’. Ignacio quiere que abramos la sensibilidad espiritual
y así encontremos a Dios más allá de un contacto puramente empírico. Se
necesita una actitud contemplativa: es el sentimiento del que va por el camino
bueno de la comprensión y del afecto frente a las cosas y las situaciones.
Señales de que estamos en ese buen camino son la paz profunda, la consolación
espiritual, el amor de Dios y de todas las cosas en Dios”.
CERTEZAS Y ERRORES
Si el encuentro con
Dios en todas las cosas no es un “eureka empírico” – le digo al Papa– y
si, por tanto, se trata de un camino que va leyendo en la historia, es posible
cometer errores… “Sí, este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja
siempre un margen a la incertidumbre. Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado
a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va
bien. Yo tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas
las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir
que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías
del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda. Tenemos
que hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas, hemos de ser humildes. En
todo discernimiento verdadero, abierto a la confirmación de la consolación
espiritual, está presente la incertidumbre”.
“El riesgo que
existe, pues, en el buscar y hallar a Dios en todas las cosas, son los deseos
de ser demasiado explícito, de decir con certeza humana y con arrogancia: ‘Dios
está aquí’. Así encontraríamos solo un Dios a medida nuestra. La actitud
correcta es la agustiniana: buscar a Dios para hallarlo, y hallarlo para
buscarle siempre. Y frecuentemente se busca a tientas, como leemos en la
Biblia. Esta es la experiencia de los grandes Padres de la fe, modelo nuestro.
Hay que releer el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos. Abrahán, por la
fe, partió sin saber a dónde iba. Todos nuestros antepasados en la fe murieron
teniendo ante los ojos los bienes prometidos, pero muy a lo
lejos... No se nos ha
entregado la vida como un guion en el que ya todo estuviera escrito, sino que
consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver… Hay que embarcarse en la
aventura de la búsqueda del encuentro y del dejarse buscar y dejarse encontrar
por Dios”.
“Porque Dios está
primero, está siempre primero, Dios primerea. Dios es un poco como la
flor del almendro de tu Sicilia, Antonio, que es siempre la primera en
aparecer. Así lo leemos en los profetas. Por tanto, a Dios se le encuentra
caminando, en el camino. Y al oírme alguno podría decir que esto es relativismo.
¿Es relativismo? Sí, si se entiende mal, como una especie de confuso panteísmo.
No, si se entiende en el sentido bíblico, según el cual Dios es siempre una
sorpresa y jamás se sabe dónde y cómo encontrarlo, porque no eres tú el que
fija el tiempo ni el lugar para encontrarte con Él. Es preciso discernir el
encuentro. Y por eso el discernimiento es fundamental”. “Un cristiano
restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a
encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a
reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy
buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la
‘seguridad’ doctrinal
de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido,
posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una
ideología entre tantas otras. Por mi parte, tengo una certeza dogmática: Dios
está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aun cuando
la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o
cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se
debe buscar a Dios en toda vida humana. Aunque la vida de una persona sea
terreno lleno de espinas y hierbajos, alberga siempre
un espacio en que
puede crecer la buena semilla. Es necesario fiarse de Dios”.
¿DEBEMOS SER OPTIMISTAS?
Estas palabras del
Papa me recuerdan algunas reflexiones suyas de hace tiempo, en las que el
entonces cardenal Bergoglio escribía que Dios vive ya en la ciudad, mezclado
vitalmente con todos y unido a cada uno. Es otro modo de decir, me parece, lo
que escribe san Ignacio en los Ejercicios Espirituales cuando dice que
Dios “trabaja y labora” en nuestro mundo. Le pregunto: “¿Debemos ser
optimistas? ¿Qué signos de esperanza hay en el mundo actual? ¿Cómo hacemos para
ser optimistas en un mundo en crisis?”.
“No me gusta mucho la
palabra ‘optimismo’ porque expresa una actitud psicológica. Me gusta más usar
la palabra ‘esperanza’, tal como se lee en el capítulo 11 de la Carta a los
Hebreos que he citado más arriba. Los Padres siguieron caminando a través
de grandes dificultades. La esperanza no defrauda, como leemos en la Carta a
los Romanos. Piense en la primera adivinanza del Turandot de
Puccini”, me dice el Papa.
Sobre la marcha he
hecho memoria para recordar los versos de aquella adivinanza de la princesa,
que tiene como solución la esperanza: En la oscuridad de la noche vuela un
irisado fantasma. / Sube y despliega las alas / sobre la negra, infinita
humanidad. / Todos lo invocan / y todos le imploran. / Pero el fantasma se
esfuma con la aurora / para renacer en el corazón. / ¡Cada noche nace / y cada
día muere! Son versos que revelan el deseo de una esperanza que, sin
embargo, es un fantasma irisado que desaparece con la aurora. “Pues bien
–prosigue el papa Francisco–, la esperanza cristiana no es un fantasma y no
engaña. Es una virtud teologal y, en definitiva, un regalo de Dios que no se
puede reducir a un optimismo meramente humano. Dios no defrauda la esperanza ni
puede traicionarse a sí mismo. Dios es todo promesa”.
EL ARTE Y LA
CREATIVIDAD
He quedado tocado por
la alusión del Papa a Turandot, hablando del misterio de la esperanza.
Me gustaría captar un poco más cuáles son sus coordenadas artísticas y
literarias. Le recuerdo que el año 2006 decía que los grandes artistas saben
cómo presentar con belleza las realidades trágicas y dolorosas de la vida. Y le
pregunto cuáles son sus artistas y escritores preferidos, si tienen algo en
común…
“He sido aficionado a
autores muy diferentes entre sí. Amo muchísimo a Dostoyevski y Hölderlin. De
Hölderlin me gusta recordar aquella poesía tan bella para el cumpleaños de su
abuela, que me ha hecho tanto bien espiritual.
Es aquella que
termina con el verso ‘Que el hombre mantenga lo que prometió el niño’. Me
impresionó porque quería mucho a mi abuela Rosa y en esa poesía Hölderlin pone
a su abuela junto a María, la que dio a luz a Jesús, al que él consideraba el
amigo de la tierra que no consideró extranjero a ningún viviente. He leído Los
novios tres veces y ahora lo tengo sobre la mesa para volverlo a leer.
Manzoni me ha dado mucho. Mi abuela me hacía, de niño, aprender de memoria el
comienzo de Los novios: ‘Quel ramo del lago di Como, che volge a
mezzogiorno, tra due catene non interrotte di monti…’. También Gerard Manley
Hopkins me ha gustado mucho”. “En pintura admiro a Caravaggio: sus lienzos me
hablan. Pero también Chagall con su Crucifixión blanca...”. “En música
amo a Mozart, obviamente. Aquel ‘Et Incarnatus est’ de su Misa en Do es
insuperable: ¡te lleva a Dios! Me encanta Mozart interpretado por Clara Haskil.
Mozart me llena: no puedo pensarlo, tengo que sentirlo. A Beethoven me gusta
escucharlo, pero prometeicamente. Y el intérprete más prometeico para mí es
Furtwängler. Y después, las Pasiones de Bach. El
pasaje de Bach que me
gusta mucho es el Erbarme Dich, el llanto de Pedro de la Pasión según
San Mateo. Sublime. Después, a distinto nivel, no de la misma intimidad, me
gusta Wagner. Me gusta escucharlo, pero no siempre. La Tetralogía del anillo,
dirigido por Furtwängler en la Scala el año 1950 es lo mejor que hay. Sin
olvidar Parsifal dirigido el ’62 por Knappertsbusch”. “Deberíamos pasar
a hablar de cine. La Strada de Fellini es quizá la
película que más me
haya gustado. Me identifico con esa película, en la que hay una referencia
implícita a san Francisco. Luego creo haber visto todas las películas de Anna
Magnani y Aldo Fabrizi cuando tenía entre 10 y 12 años. Otra película que me
gustó mucho fue Roma città aperta. Mi cultura cinematográfica se la debo
sobre todo a mis padres, que nos llevaban muy a menudo al cine”.
“En general puedo
decir que me gustan los artistas trágicos, especialmente los más clásicos. Hay
una bella definición que Cervantes pone en boca del bachiller Carrasco haciendo
el elogio de la historia de Don Quijote: ‘Los niños la traen en las manos, los
jóvenes la leen, los adultos la entienden, los viejos la elogian’. Esta puede
ser para mí una buena definición de lo que son los clásicos”.
Me doy cuenta de que
me han absorbido todas estas citas del Papa y de que desearía entrar en su vida
por la puerta de sus preferencias artísticas. Sería, imagino, un largo
itinerario. Incluiría el cine, desde el neorrealismo italiano al Festín de
Babette. Me vienen a la cabeza otros autores y otras obras que él ha citado
en otras ocasiones, quizá menores o peor conocidas o de carácter local, del Martín
Fierro de José Hernández a la poesía de Nino Costa, a El gran éxodo de
Luigi Orsenigo. Pienso también en Joseph Malègue y José María Pemán. Y
obviamente en Dante y Borges, pero también en Leopoldo Marechal, el autor de Adán
Buenosayres, El banquete de Severo Arcángelo y Megafón o la
guerra.
Pienso en Borges
porque Bergoglio, entonces profesor de literatura a los veintiocho años en el Colegio
de la Inmaculada de Santa Fe, lo conoció personalmente. Bergoglio enseñaba
en los dos últimos años del liceo cuando inició a sus alumnos en la escritura
creativa. Yo mismo he tenido una experiencia parecida a la suya cuando tenía su
edad, en el Istituto Massimo de Roma, fundando BombaCarta, y se la
cuento. Al final pido al Papa que me narre su experiencia.
“Fue una cosa un poco
atrevida –responde–. Quería encontrar la manera de que mis alumnos estudiasen El
Cid. Pero a los chicos no les apetecía. Me pedían leer a García Lorca.
Entonces decidí que estudiaran El Cid en casa y que en clase yo hablaría
de los autores que les gustaban más. Naturalmente los chicos querían leer obras
literarias más ‘picantes’, contemporáneas, como La casada infiel o
clásicas, como La Celestina de Fernando de Rojas. Pero leyendo estas
cosas que les resultaban entonces más atractivas, le cogían gusto a la
literatura y a la poesía en general, y pasaban a otros autores. Y a mí me
resultó una gran experiencia. Pude acabar el programa, aunque de forma no
estructurada, es decir, no según el orden previsto, sino siguiendo el que iba surgiendo
con naturalidad a partir de la lectura de los autores. Esta modalidad se me
acomodaba muy bien: no era de mi agrado hacer una programación rígida, todo lo
más conocer, sobre poco más o menos, a donde quería llegar. Y entonces empecé a
hacerles escribir. Al final decidí pedir a Borges que leyera dos narraciones
escritas por mis chicos. Conocía a su secretaria, que me había dado clases de
piano. A Borges le gustaron muchísimo. Y me propuso redactar la introducción de
una recopilación”.
“Entonces, Santo
Padre, para la vida de una persona ¿es importante la creatividad?”, le
pregunto. Se ríe y me responde: “¡Para un jesuita es enormemente importante! Un
jesuita debe ser creativo”.
FRONTERAS Y
LABORATORIOS
Creatividad, pues:
importante para un jesuita. El papa Francisco, cuando recibió a los padres y
colaboradores de La Civiltà Cattolica, había enunciado otras tres
características importantes para el trabajo cultural del jesuita. Vuelvo con la
memoria a aquel día, 14 de junio pasado. Recuerdo que entonces, en el intercambio
que tuvimos, previo al encuentro con todo el grupo, ya me las había anunciado:
diálogo, discernimiento y frontera. Y había insistido en particular en el
último punto, citándome a Pablo VI que en un famoso discurso
había dicho de los
jesuitas: “Dondequiera que en la Iglesia las más candentes exigencias del
hombre se han medido con el mensaje perenne del Evangelio, aun en los campos
más difíciles y punteros, sea en las encrucijadas de las ideologías o en las
trincheras sociales, allí han estado los jesuitas”.
Le pido al papa
Francisco que me lo aclare un poco: “Nos ha pedido que estemos atentos a no
caer ‘en la tentación de domesticar las fronteras: hay que salir al encuentro
de las fronteras, y no traerse las fronteras a casa para darles un barniz y
domesticarlas’. ¿A qué se refería? ¿Qué quería decirnos exactamente? Esta
entrevista ha surgido de un acuerdo entre un grupo de revistas dirigidas por la
Compañía de Jesús: ¿desea hacerles alguna invitación especial? ¿Cuáles deben ser sus prioridades?”.
“Las tres palabras
clave que dirigí a La Civiltà Cattolica pueden extenderse a todas las
revistas de la Compañía, quizá con acentos diferentes propios de su naturaleza
y sus objetivos. Cuando insisto en la frontera de un modo especial, me refiero
a la necesidad que tiene el hombre de cultura de estar inserto en el contexto
en que actúa y sobre el que reflexiona. Nos acecha siempre el peligro de vivir
en un laboratorio. La nuestra no es una felaboratorio, sino una fe-camino, una
fe histórica. Dios se ha revelado como historia, no como un compendio de
verdades abstractas. Me dan miedo los laboratorios porque en el laboratorio se
toman los problemas y se los lleva uno a su casa, fuera de su contexto, para
domesticarlos, para darles un barniz. No hay que llevarse la frontera a casa,
sino vivir en frontera y ser audaces”.
Le pregunto al Papa
si puede ponerme algún ejemplo a partir de su experiencia personal.
“Cuando se habla de
problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la droga de
una villa miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar el
problema desde dentro y estudiarlo. Hay una carta genial del padre Arrupe a los
Centros de Investigación y Acción Social (CIAS) sobre la pobreza, en la que
dice claramente que no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta, con
una inserción directa en los lugares en los que se vive esa pobreza. La palabra
‘inserción’ es peligrosa, porque algunos religiosos la han tomado como una
moda, y han sucedido desastres por falta de discernimiento.
Pero es verdaderamente importante”.
“Y las fronteras son muchas. Pensemos en las religiosas que viven en hospitales:
viven en las fronteras. Yo
mismo estoy vivo gracias a ellas. Con ocasión de mi problema de pulmón en el
hospital, el médico me prescribió penicilina y estreptomicina en cierta dosis.
La hermana que estaba de guardia la triplicó porque tenía ojo clínico, sabía lo
que había que hacer porque estaba con los enfermos todo el día. El médico, que
verdaderamente era un buen médico, vivía en su laboratorio, la hermana vivía en
la frontera y dialogaba con la frontera todos los días. Domesticar las
fronteras significa limitarse a hablar desde una posición de lejanía, encerrase
en los laboratorios, que son cosas útiles. Pero la reflexión, para nosotros,
debe partir de la experiencia”.
CÓMO SE ENTIENDE EL
HOMBRE A SÍ MISMO
Pregunto al Papa si
esto tiene validez también, y cómo, en el caso de una frontera tan importante
como es la del desafío antropológico. La antropología que la Iglesia ha tomado
tradicionalmente como punto de referencia y el lenguaje con el que la ha
expresado siguen siendo referencia sólida, fruto de una sabiduría y una experiencia
seculares. Y, sin embargo, el hombre al que se dirige la Iglesia no parece ya
comprender esa antropología y ese lenguaje, ni considerarlos suficientes.
Comienzo exponiendo el hecho de que el hombre se está interpretando a sí mismo
de modo diferente a como lo ha hecho en el pasado, con categorías diferentes. Y
esto se debe también a grandes cambios en la sociedad y a un estudio más hondo
de sí mismo.
El Papa, en este
momento, se levanta y va coger su Breviario de la mesa de trabajo. Es un
Breviario en latín y ya muy ajado por el uso. Lo abre por el Oficio de Lectura
de la Feria sexta, es decir del viernes, de la semana XXVII. Me lee un
pasaje del Commonitorium Primum de san Vincente de Lerins: “Ita etiam
christianae religionis dogma sequatur has decet profectuum leges, ut annis
scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate (El mismo dogma
de la religión cristiana debe someterse a estas leyes. Progresa, consolidándose
con los años, desarrollándose con el tiempo, haciéndose más profundo con la
edad)”.
Y prosigue el Papa:
“San Vicente de Lerins compara el desarrollo biológico del hombre con la
transmisión del depositum fidei de una época a la otra, que crece y se
consolida con el paso del tiempo. Ciertamente la comprensión del hombre cambia
con el tiempo y su conciencia de sí mismo se hace más profunda. Pensemos en
cuando la esclavitud era cosa admitida y cuando la pena de muerte se aceptaba
sin problemas. Por tanto, se crece en comprensión de la verdad. Los exegetas y
los teólogos ayudan a la Iglesia a madurar su propio juicio. Las demás ciencias
y su evolución ayudan también a la Iglesia a aumentar en comprensión. Hay
normas y preceptos eclesiales secundarios, una vez eficaces pero ahora sin
valor ni significado. Es equivocada una visión monolítica y sin matices de la
doctrina de la Iglesia”. “Por lo demás, en cada época el hombre intenta
comprenderse y expresarse mejor a sí mismo. Y por tanto el hombre, con el
tiempo, cambia su modo de percibirse: una cosa es el hombre que se expresa
esculpiendo la Nike
de Samotracia, otra
la de Caravaggio, otra la de Chagall y, todavía, otra la de Dalí. Las mismas
formas de expresión de la verdad pueden ser múltiples, es más, es necesario que
lo sean para la transmisión del mensaje evangélico en su significado
inmutable”.
“El hombre va a la
búsqueda de sí mismo, y es natural que en esta búsqueda pueda cometer errores.
La Iglesia ha vivido tiempos de genialidad, como por ejemplo el del tomismo.
Pero también vive tiempos de decadencia del pensamiento. Por ejemplo: no
debemos confundir la genialidad del tomismo con el tomismo decadente. Yo,
desgraciadamente, estudié la filosofía en manuales de tomismo decadente. En su
pensamiento sobre el hombre la Iglesia debería tender a la genialidad, no a la
decadencia”.
“¿Cuándo deja de ser
válida una expresión del pensamiento? Cuando el pensamiento pierde de vista lo
humano, cuando le da miedo el hombre o cuando se deja engañar sobre sí mismo.
Podemos representar el pensamiento engañado en la figura de Ulises ante el
canto de las sirenas, o como Tannhäuser, rodeado de una orgía de sátiros y
bacantes, o como Parsifal, en el segundo acto de la ópera wagneriana, en el
palacio de Klingsor. El pensamiento de la Iglesia debe recuperar genialidad y
entender cada vez mejor la manera como el hombre se comprende hoy, para
desarrollar y profundizar sus propias enseñanzas”.
ORAR
Lanzo al Papa una
última pregunta sobre su modo preferido de orar. “Rezo el Oficio todas las
mañanas. Me gusta rezar con los Salmos. Después, inmediatamente, celebro la
misa. Rezo el Rosario. Lo que verdaderamente prefiero es la Adoración
vespertina, incluso cuando me distraigo pensando en otras cosas o cuando llego
a dormirme rezando. Por la
tarde, por tanto,
entre las siete y las ocho, estoy ante el Santísimo en una hora de adoración.
Pero rezo también en mis esperas al dentista y en otros momentos de la
jornada”.
“La oración es para
mí siempre una oración ‘memoriosa’, llena de memoria, de recuerdos, incluso de
memoria de mi historia o de lo que el Señor ha hecho en su Iglesia o en una
parroquia concreta. Para mí, se trata de la memoria de que habla san Ignacio en
la primera Semana de los Ejercicios, en el encuentro misericordioso con Cristo
Crucificado. Y me pregunto: ‘¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo?
¿Qué debo hacer por Cristo?’. Es la memoria de la que habla también Ignacio en
la Contemplación para alcanzar amor, cuando nos pide que traigamos a la
memoria los beneficios recibidos. Pero, sobre todo, sé que el Señor me tiene en
su memoria. Yo puedo olvidarme de Él, pero yo sé que Él jamás se olvida de mí.
La memoria funda radicalmente el corazón del jesuita: es la memoria de la
gracia, la memoria de la que se habla en el Deuteronomio, la memoria de
las acciones de Dios que están en la base de la alianza entre Dios y su pueblo.
Esta es la memoria que me hace hijo y que me hace también ser padre”.
***
Me doy cuenta de que
seguiría mucho tiempo este diálogo, pero sé que, como dijo el Papa una vez, no
hay que “maltratar los límites”. En total hemos dialogado durante más de seis
horas a lo largo de tres sesiones, el 19, el 23 y el 29 de agosto. He preferido
organizar la redacción sin divisiones, para que no perdiera continuidad. Lo
nuestro ha sido más una conversación que una entrevista: las preguntas han
constituido como un telón de fondo que no imponía rígidos parámetros
predefinidos. Incluso desde el punto de vista lingüístico hemos pasado con
soltura del italiano al español, a menudo sin advertir la transición. No ha
habido nada de mecánico, y las respuestas nacían del diálogo y dentro de un
razonamiento que he procurado reflejar aquí, de modo sintético, como he podido.
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