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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Apocalipticismo y cristianismo

Cap.- 8 Apocalipticismo y cristianismo 

Se ha discutido si el apocalipticismo es la matriz del cristianismo, o bien lo que hay de apocalíptico en el N.T. son resabios judíos ajenos al Evangelio. Lo característico de la escatología cristiana es la tensión entre el presente ya salvífico y la culminación futura.
            El cristianismo participa del mundo de representaciones de la mentalidad apocalíptica (dualismo escatológico y moral, algo de pesimismo, tiempo final, juicio); pero con un cambio radical de perspectiva debido a la fe en Jesucristo. El contraste queda claro en la cristología, que hace mirar en el pasado el acontecimiento decisivo de la salvación. Ello permite recobrar la visión de la historia y el mundo como el campo de la continua donación de Dios. También la tradición literaria apocalíptica es relativamente escasa en el N.T.
            La tradición sinóptica trasluce que Juan Bautista fue profeta mesiánico en el encuadre de una predicación apocalíptica de juicio inminente (Mt 3,7_12/ Lc 3,7_9.15-17). Es prototípico de cómo el acontecimiento de Cristo desborda las expectativas apocalípticas (Mt 11,2_6/Lc 7,18_23).
            En la misma tradición hay relatos de exorcismo (Mc 1,23_28; 5,1_20 y par) por los que se advierte que el ministerio de Jesús y la predicación de la Iglesia contradicen algunos de los presupuestos apocalípticos: como el que este mundo, dejado de la mano de Dios, ha quedado bajo el poder de Satán. Si los posesos eran vistos como señal evidente de tal dominio, al liberarlos Jesús reclama para Dios lo que es suyo. Satán está ya derrotado, aunque la lucha prosiga en el tiempo intermedio hasta la victoria final.
            El discurso escatológico de Mc 13, apocalíptico en forma y contenidos, tiene mucho de correctivo de los cálculos apocalípticos. No hay que confundir con su final las crisis en el curso de la historia (13,5_23). Su interés primordial parenético es llenar de sentido el tiempo presente, el de la misión universal entre persecuciones y contradicciones (13,9_13), el del seguimiento del camino de cruz de Cristo (cf. Mc 8,34-38). Da la alerta ante los riesgos de engaños (13,5b_6.21_22) e insiste en la perseverancia vigilante hasta el fin (13,13.33. 35.37) que trasciende nuestra historia (13,24_26).
            San Pablo utiliza el lenguaje del dualismo apocalíptico, moral y escatológico. Recoge también la consideración pesimista del mundo presente en cuanto caído en el pecado y sometido a Satanás y, por tanto, objeto de la cólera divina; pero ya en contraste con la comunidad cristiana y su sobrepujante dinamismo de santificación. Es el acontecimiento de Cristo el que, al ofrecernos la reconciliación con Dios, nos ha librado del juicio de condena. Por eso su muerte, que ha tenido esa eficacia soteriológica, ha sido el acontecimiento decisivo en nuestra historia y nos hace creaturas nuevas por el bautismo. Si la predicación de la fe y la operación del Espíritu nos trasmite el mensaje de salvación, el discurso de sabiduría puede introducirnos, también mediante el Espíritu, a una comprensión mayor de lo revelado sobre el plan realizado por Dios en Cristo. Su resurrección nos da la prenda de esa salvación definitiva, que implica la trasfiguración gloriosa de nuestra corporeidad y que se manifestará de lleno en la venida gloriosa del Señor. El Apóstol mantiene la tensión entre el «ya, pero todavía no» de la salvación; pero se detiene más a ponderar los dones de gracia y las exigencias éticas de la vida cristiana que en otear esa culminación en Dios que es, sin embargo, su horizonte permanente.
            El vidente del Ap actúa como un profeta neotestamentario en la tradición literaria de los últimos profetas de Israel. Es el profeta del tiempo de cumplimiento de lo ya atisbado por aquéllos. Enfrenta como a «falso profeta» a la alternativa religiosa que ofrece el mundo pagano. Denuncias y promesas atañen tanto la situación presente como el desenlace definitivo, con un paso flexible de la una al otro. Mira el presente y el futuro desde el pasado de la victoria redentora del Cristo pascual. Su centro de interés no son los cálculos apocalípticos sino la Iglesia, triunfante con el Cordero victorioso, pero aún combatida por el Dragón derrocado. La contempla en su realidad gloriosa definitiva y en su irradiación actual en la historia de la humanidad.

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